P. Flavio Peloso
“Cuando vayan a Umbría, tendrán la gracia de ir a
Greccio. Yo fui allí muchas veces. San Francisco, habiendo regresado de
Palestina y todavía enfervorizado por la visión de los lugares santos, quiso
que también en Italia se hiciera el Pesebre viviente. Nosotros debemos volver a
los primeros tiempos, al primer Pesebre, y se hará el bien” (Scritti V, 212).
Al expresarse así es San Luis Orione (1872-1940) aquel
que, en tiempos modernos, relanzó la sacra representación del Pesebre viviente
realizada por San Francisco por primera vez en la Navidad del 1223, en Greccio,
con la ayuda de la población de la zona y de Giovanni Velita, señor de aquellos
lugares. Con el Pesebre viviente, el “Pobrecillo de Asís” y, recientemente, el “Santo
de la Divina Providencia” intentaron recrear la mística atmósfera del
Nacimiento de Belén, para ayudar a ver con los propios ojos donde nació Jesús.
La continuación de los Pesebres vivientes se debe a la
original inventiva apostólica de Don Orione. “Hemos sido los primeros en
suscitarlo: al principio parecía una cosa para reír, ¡pero se ha hecho el
bien!” (Parola VII, 166), confiaba el santo tortonés.
Algunas notas históricas sobre los Pesebres vivientes
organizados por Don Orione en los años treinta nos ayudarán a reconstruir
aquellas singulares manifestaciones religiosas y sobre todo su espíritu.
Después de un primer Pesebre viviente realizado en la
ciudad de Bra (Cúneo) en el 1925, bien logrado pero de carácter local, en
diciembre de 1930, Don Orione decide promover la iniciativa en la ciudad de
Tortona confiriéndole el acento de gran manifestación popular. Desde este año,
muchos “Pesebres vivientes” se sucederán en diversas ciudades de Italia.
En Tortona, los periódicos locales avisaban que “el 6 de
enero un coro de 150 ángeles precederá a los pastores y a los reyes magos;
ellos cantarán melodías celestes, los reyes magos tendrán un numeroso séquito
de caballeros y de sirvientes, según la costumbre oriental”.
La novedad fue recibida con entusiasmo por los
pobladores, incluida toda la vasta región del Piemonte, Lombardía y Lígure. Don
Orione se encargó personalmente con la sagacidad de un estratega y la
ingenuidad de un niño. En Tortona se reunieron de todas partes miles de
personas para asistir a la pintoresca representación sacra.
La campana de Belén fue colocada en el patio, detrás
del nuevo santuario de la Virgen de la Guardia, por entonces todavía en
construcción. Gran parte de los protagonistas del Pesebre viviente eran los
mismos clérigos (seminaristas) de la congregación, “jovencísimos clérigos
–observó el diario “Corriere della sera” del 27/XII/1930– que cotidianamente
llevaban la cal y los ladrillos, con evangélica devoción, para la construcción
del Santuario que Don Orione ha querido dedicar a la Virgen de la Guardia” .
El Pesebre fue verdaderamente solemne y conmovedor. El
cortejo, en medio de la muchedumbre, terminó, con el canto del “Gloria a Dios
en el Cielo”, junto a la campana donde se realizó el acto de adoración a Jesús.
Era este el momento que Don Orione –que antes había permanecido discreto entre
la gente– reservaba para sí mismo: dar a Jesús para que sea besado por la
gente. Aquel era el acto que sintetizaba y coronaba el objetivo de la
manifestación popular.
La sagrada representación fue repetida 4 veces en el
período de las festividades navideñas. Tuvieron vasta resonancia con
entusiastas artículos aparecidos en los diarios Corriere della sera, Gaceta del
Popolo, La stampa, Italia y otros periódicos locales.
Al año siguiente, 1931, la iniciativa se tuvo que
repetir, por pedido de la gente. La fantasía y la audacia de Don Orione eran
impresionantes. Llegó a presentar un pedido a la Casa Real “para obtener
algunos dromedarios, por pocos días, con el fin de dar al Pesebre viviente, único
en Italia, una vida y un colorido más oriental” (Scritti 77, 122). Otra vez la
manifestación resultó grandiosa y devota, con gran concurrencia de gente. Algo
que da una idea de la repercusión popular de la iniciativa fue la concesión de
la reducción del pasaje en tren “del 50%, desde las estaciones vecinas y desde
las estaciones de Turín, Milán, Génova, Piacenza y Bolonia, con validez desde
el 5 de enero hasta la medianoche del día 8” (Scritti 53, 129).
Hay que destacar también que “con las ofrendas y colaboraciones
recibidas para el Pesebre viviente se dará un almuerzo a 200 pobres. (...) El
almuerzo, en el Colegio Dante, será servido por los ángeles y los pastores del
Pesebre viviente” (Scritti 89, 126). Éste es el genio de Don Orione: “unir
siempre a la obra de culto una obra de caridad” (Scritti 53, 39).
En 1932, el Pesebre viviente, que Don Orione presentó
como “una manifestación de fe y de arte verdaderamente grandiosa, única en
Italia” (Scritti 62, 36), se realizó en la ciudad de Voghera.
A quienes trabajaban para la preparación del Pesebre
viviente el santo sacerdote les recordaba la finalidad: “lograr, por medio del
Pesebre viviente de Voghera, hacer un poco de bien, mucho bien. Que aquella
multitud de población que vendrá a Voghera pueda sentir pasar sobre sus almas
un soplo nuevo, un nuevo espíritu; aquella paz que los ángeles hicieron sentir
a los pastores en la bella, misteriosa noche de Navidad. El pesebre viviente
es, y debe ser, la escenificación de una página del Evangelio reproducida en vivo”
(Parola Vb, 5-8).
El éxito fue superior a las expectativas, como refiere
un artículo aparecido en el diario La stampa del 28.XII.1932. “Ha sido un éxito
grandioso, y lo demuestra la muchedumbre llegada en número impresionante, sobre
todo desde más allá del río Po, y de la zona montañosa, con todos los medios,
para ver el Pesebre viviente, y se calcula que otras 40.000 fueron las personas
que asistieron a lo largo de la romana Vía Emilia”.
El Corriere della sera, siempre del 28.XII.1932, hace
referencia a Don Orione: “Este sacerdote de gran renombre es un típico ejemplo
de la humana bondad sin reposo, sin ambiciones, sin orgullos. (...) Don Orione
finalmente ha bendecido a la gente que elevó cantos e himnos religiosos,
transmitiendo a la escena un significado de viva conmoción y de alta
espiritualidad”.
“El cortejo del Pesebre viviente fue abierto por dos
trompetistas a caballo –como un resumen de la época– , por un ángel que
indicaba la gruta y por otro ángel con la estrella; seguía enseguida la
larguísima y multicolor procesión de los ángeles –doscientos– vestidos de seda
y con sus alas, que cantaban con gracia celestial unas suavísimas melodías.
Luego venían los típicos pastores, algunos tocaban la gaita, otros dejaban
regalos al Niño: quesos, palomas, gallinas, pájaros. corderitos, ovejas, fruta;
otros, en fin, guiaban dos numerosos rebaños. Y después los pastores simples y
llenos de fe, los reyes magos que, guiados por la estrella, venían desde
Oriente con su séquito en búsqueda del Niño Jesús. Y un grupo fastuoso de
caballos y caballeros que pasa despertando la admiración del público, y va a la
plaza de la Catedral, donde tiene lugar el simbólico ofrecimiento de los
regalos: la parada en la Municipalidad , que representaba el palacio de
Herodes. Aquí todo el cortejo se despliega y se dispone de modo tal que forma
un cuadro imponente y estupendo, que tiene como contexto una inmensa
muchedumbre, quizá 40.000 personas. Luego se reanuda la procesión y concluye en
la gruta ubicada en el Oratorio festivo San Bovo. Aquí Don Orione habla breve,
luego bendice a la gente con el Niño”.
En el 1933, la sacra representación se desarrolla en
la ciudad de Novi Lígure el 26 de diciembre y el 6 de enero. Don Orione explicó
a sus religiosos: “El Pesebre viviente lo hacemos para reavivar el sentimiento
religioso de la gente, porque aquello que cae bajo los ojos permanece más
vivamente impreso en la memoria, especialmente de los pequeños y del pueblo. El
Pesebre viviente es un gasto, materialmente hablando, pero una ganancia, un
activo en los balances del bien. Es una prédica hecha a 30-50 mil personas”
(Parola VI, 8).
Las dos manifestaciones fueron retomadas y reunidas en
un documental del Instituto Cinematográfico “Luce”.
Giuseppe Zambarbieri, por entonces estudiante del
Colegio San Jorge de Novi Lígure y más tarde superior general, asistió a la representación
del 6 de enero y comentó: “¡Qué director de escena, Don Orione, en los Pesebres
vivientes!”.
Un comentario similar hizo también el escritor y
dramaturgo César Meano: “¡Oh qué director de escena aquel Don Orione! Director
nato aquel sacerdote piamontés. Desde el ángel principal, que apuntaba la
estrella a los pastores, hasta Gaspar, Baltasar y Melchor, yo modestamente
hombre de teatro, sentía la mano segura que aquel hombre extraordinario había
transmitido como una porción de su alma a todos. ¡No lo perdía de vista! Se
destacaba por más de que buscaba confundirse con la masa, con aquella capa y
los zapatos color barro, con aquel sombrero de bandido... bueno, tan bueno.
¡Pero los ojos! Llegaban ellos como lámina de luz en el justo tiempo de cada
una de aquellas singulares escenas. Pero había un momento en el cual entraba en
escena él, todo él. Aquel final, cuando al término de la encantadora parada se
llegaba a la gruta, apenas terminada la entrega de los dones. Si bien no era
alto de estatura, se elevaba entonces hacia lo alto, hacia lo alto, en la
realidad y en la significación y, elevando los brazos, decía pocas palabras:
“¡Y ahora los bendigo con el niño!” Así Don Orione elevaba sobre las cabezas
del gentío al Cristo Infante, para bendecir y volver a bendecir” (Cart. Meano,
ADO).
¿Cuáles eran los secretos, los consejos de Don Orione
director de los Pesebres vivientes? Sobre todo, sabía transmitir a todos la
idea-mensaje de toda la representación sacra: “El Pesebre viviente debe ser una
prédica sin palabras”. Este objetivo lograba inspirar y unificar interiormente
los comportamientos de los actores, tan diversos como improvisados.
“Primero: rezar, dar todo de sí mismos, no por
vanagloria o por soberbia, sino para representar en vivo una página del
Evangelio, y después, hacer un poco de bien. Segundo: quien haga de ángel, de
caballero, de pastor, olvídese que es seminarista, y sea ángel, caballero o
pastor: en síntesis, haga bien el oficio que hace. Los ángeles tengan los ojos
bajos, cara serena, no se rían” (Parola Vb, 5-8).
El santo confiaba en que la preparación espiritual de
los protagonistas, “modesto, educado, serio”, expresado en “fervor, intenso
ardor y entusiasmo” (Parola Vb, 212), comunicaría a tantos espectadores algo de
sagrado, algo de Dios. “El cortejo será dividido así: adelante estarán los
ángeles y éstos darán la primera impresión. El éxito del Pesebre en gran parte
depende de la primera buena impresión. Vendrán luego los pastores con el
rebaño, y los flautistas. Al final la cabalgata de los Magos con su séquito.
Habrá 200 ángeles” (Parola Vb, 7-8).
Sobre los mismos principios se basaba también la
evaluación de Don Orione, compartida con sus discípulos, acerca del éxito de la
manifestación. “El Pesebre viviente es un gasto no pequeño de tiempo y de
fuerzas. Días de preocupación en los que estamos obligados a dejar otros
trabajos y responsabilidades. Pero, si se parte con el criterio más alto de una
ganancia espiritual, vale la pena hacerlo y repetirlo varias veces. Si algo es
bueno para los valores morales, entonces vale la pena hacerlo. Es una prédica
hecha a 30 / 50 mil personas. Qué buenos frutos se obtuvieron de la jornada de
San Esteban, en Novi Lígure. Cuántos hombres, que no besaban desde hacía 30 /
40 años al Niño Jesús, han venido para besarlo. Había más hombres que mujeres.
Fue una emoción saludarlos” (Parola Vb, 8-9).
El de Novi Lígure en 1933 fue el último gran Pesebre
viviente organizado personalmente por Don Orione. En 1934 partió para América
Latina y volvió a Italia en 1937. A su regreso, no pudo realizarlo más, si bien
ese era su deseo.
En la vigilia de la Navidad de 1937, animó a sus hijos
espirituales a continuar esta manifestación popular de fe y recomendó: “El
Pesebre viviente deberá convertirse en una institución de nuestra Congregación
y deberemos propagarla en el mundo. Si Dios nos da vida, se lo realizará en
Milán. Si yo no estuviese aquí en los próximos años, verán que lo realizaré en
América. Sería maravilloso pasar con el Pesebre viviente delante de la Catedral
de Buenos Aires: el gobierno tiene mucho aprecio por el Pesebre” (Parola VII,
166).
La Congregación orionita ha permanecido sensible a la tradición de los Pesebres vivientes. Continuó organizándolos en todas partes. Entre los recientes vale la pena recordar, en Italia, el Pesebre de Fumo (Pavía), de Pescara, de Bérgamo, de Pietra Lígure, Seregno, Messina. Siempre, tanto en Boston como en Claypole (Buenos Aires) o en Santiago de Chile, como aseguraba Don Orione, “el Pesebre viviente hace un gran bien, y genera una emoción imborrable en el alma” (Parola VII, fuente Padre Facundo Mela
Don Orione,franciscanamente devoto del misterio de Belén, para Navidad organizará
un pesebre viviente; y lleva por las calles de Tortona y otras ciudades
pastores y ovejas, con gaitas y flautas, ángeles, fastuosos reyes magos,
derramando emoción entre los niños siempre entusiastas; y entre los grandes enternecidos.
La multitud se agolpa junto a la choza y el Niño, mientras suenan las zampoñas
y se elevan cantos de gloria.
" Puede que, en algunos oscuros períodos de la
vida, parezca que el señor ha sido sepultado; pero -dice Don Orione- el Señor
muerto, tarde o temprano resucita, siempre resucita."
A esa resurrección del Señor en el alma de la gente apuntan sus múltiples iniciativas religiosas y populares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario