El Papa Francisco en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium profundiza aún más el protagonismo de los cristianos poniendo juntos el ser “discípulos-misioneros”: “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos-misioneros”.[1]
Entonces, ¿a qué cosa los llama este protagonismo de discípulos-misioneros orionitas?
Los llama a ser discípulos-misioneros según un estilo específico, una identidad concreta, la de ser hijos e hijas de San Luis Orione. Vuestro lugar y el nuestro en la Iglesia, en el seguimiento de Jesús, tiene una clara identidad carismática. ¡Son discípulos-misioneros orionitas! ¡Discípulas-misioneras orionitas! ¡Tienen un “nombre” pero también un “apellido” que los identifica y les da una cualidad!
En consecuencia, este discipulado y misionariedad tienen características que los hacen, no “anónimos”, sino “identificables”. Donde está un joven, una joven orionita, enseguida se hacen presentes los valores y las opciones que Don Orione ha hecho y haría en el hoy de las realidades donde están insertos: en el trabajo, en el estudio, en la familia, en la Iglesia, en la sociedad, cualquiera sea vuestra responsabilidad.
• Donde hay un joven o una joven orionita se respira la caridad, esa caridad universal que se hace pequeña con los pequeños, y que dona a todos el consuelo y la misericordia de Dios, que no tiene miedo de “tocar la carne de Cristo en el pobre”, con palabras del Papa Francisco.
• Donde hay un joven orionita se instaura la cultura de la solidaridad, de la inclusión, de la compasión, porque “en el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios”.
• Donde hay un joven orionita, discípulo-misionero, se transmite la confianza en la Divina Providencia, y ustedes mismos se hacen “providencia”, se transforman en “bendición” para los demás, irradiando en vuestra vida y con vuestra vida los valores del Reino: la justicia, la verdad, la reconciliación, la paz, porque han hecho de Cristo y de su Evangelio el centro y el sentido de vuestra vida y de vuestras opciones.
• Donde están los jóvenes orionitas está María, la madre, el modelo y el camino seguro que nos lleva a Jesús y a los hermanos. Con María son fuertes en la fe, se nutren de la Palabra del Hijo, se consolidan en la oración y en los sacramentos para ser luego testigos coherentes y fieles coMo Ella.
• Donde está un joven, una joven orionita, se construye la Iglesia en la comunión, en la fraternidad, en las periferias del hombre y de las situaciones más dolorosas y necesitadas. Porque ser orionita, es estar activamente comprometido en la promoción humana y en la defensa de la dignidad de cada persona, es estar comprometidos con la vida frágil. Papa Francisco les dijo a ustedes, jóvenes: “Somos parte de la Iglesia; más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia... en la Iglesia de Jesús las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción…”.
• El joven discípulo-misionero está siempre en permanente camino de “seguimiento” del maestro del cual es “discípulo” y en permanente tensión evangelizadora y misionera, para anunciar y llevar a todos a Aquel que sigue. “El discípulo, fundamentado en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena noticia de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede no anunciar al mundo que sólo Él nos salva”.
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