Don Orione creía de verdad en la divina Providencia. Por eso desde los comienzos le había consagrado a ella su persona y su obra. En sí y en los suyos trataba de reavivar continuamente la confianza en la intervención de Dios invocado con confiada oración. Y precisamente para reavivar tal confianza en sus niños tenía la costumbre de narrarles, en el sermoncito de cada noche, algún episodio que pudiera aparecer y era providencial.
Nos quedaron al respecto varios testimonios de ex-alumnos de entonces.
Referimos el siguiente: “Para radicar en nosotros esta confianza en la divina Providencia, cada vez que nuestro director[4] tenía alguna señal particular de la Providencia, en la habitual reunión de la noche en la capilla, antes de darnos a todos nosotros las buenas noches, nos comunicaba el hecho providencial. Cuántas señales tuvo el amado Don Orione de la ayuda de la Providencia...” (D.O. III, 726).
“Dado el principio del director: pan y sopa a voluntad, los colegiales, que se hicieron numerosos en Santa Chiara, consumían una buena cantidad. Es verdad que entonces costaba solamente 25 centésimos el kilo, pero las cestas eran numerosas cada día, y luego fresco y con tanto apetito, era necesario desmentir también la acusación de los malignos de que Don Orione hacía pasar hambre a los muchachos.
Los parientes no eran puntuales en los vencimientos de los trimestres y diré que alguna vez fui mandado también a casa de diversas familias para reclamar lo convenido. La cuenta así había subido a varios miles de liras, y Pedenovi, el panadero de la calle San Giacomo, ahora calle Lorenzo Perosi, no viendo llegar adelantos, porque el director trataba siempre de ir adelante, un buen día o, mejor dicho, un mal día, mandó a decir que sin un fuerte adelanto, no mandaría más pan: la amenaza había sido hecha ya varias veces, pero nunca llevada a cabo, aunque el director quedaba angustiado. Esta vez lo estuvo todavía más y no nos ocultó sus fatidios. Algunos hablando con Monseñor Bandi sobre Don Orione, le decían: “Excelencia, contraerá tantas deudas y luego Ud. deberá remediarlas: será mejor que lo llame Ud. un poco la atención”. Estas voces y expresiones nos las contaba él, el director: alguna vez, bajo la presión de estas relaciones, el obispo lo mandaba a llamar y le daba una reprimenda y él, para calmar la borrasca, iba a lo de la madre del obispo, que tenía gran influencia sobre él, la cual luego, en la mesa o en otro momento, sabía decir una palabra y... desarmaba al obispo, que tal vez lo mandaba a llamar y lo trataba con paterna bondad.
¿Qué hace, entonces, el director esa vez? Estamos en la novena de San José y nos manda a todos a rezar a la capilla, para que quiera proveer: nos hace repetir esa oración más de una vez.
Era el atardecer, casi oscuro, cuando un señor con barba toca el timbre: el portero Giovannin abre y recibe una carta para entregar al director, el hombre se va... El director, al abrirla, ve 1000 liras: reprende a Giovannin, porque no le ha preguntado decir el nombre, pero luego nos dice: “¡Ven, San José!...” (Rota, ib).
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