En el libro del profeta Isaías hay 4 cánticos dedicados a un misterioso personaje, amado y elegido por Dios, llamado el “Servidor sufriente” (42,1-7,49,1-6;50,4-11;52,13-53,12) Sobretodo el último poema, marca uno de los puntos culminantes de la revelación del Antiguo Testamento, porque su anuncio profético anticipa de manera admirable aquello que-siglos más tarde-tendrá pleno cumplimiento en el Misterio Pascual de Jesús, el Mesías sufriente. Como Iglesia leemos el 4to poema todos los años, en la primera lectura de la celebración del Viernes Santo.
Don Orione tiene un escrito especial que podemos considerar como el “5to poema del Servidor sufriente” dedicado a Jesús, rey crucificado y misericordioso. Un excelente texto para iluminar nuestras meditaciones de la Semana Santa y la Pascua de Resurrección.
“…Una vez hubo un rey, un rey suave y más que rey y señor, padre dulce de su pueblo. No tenía soldados y no los quería tener nunca. No derramó la sangre de nadie, no quemó la casa de nadie. No quiso que su nombre estuviera grabado en las rocas de los montes sino en el corazón de los hombres. Un rey que no hizo mal a nadie y sí bien a todos, como la luz del sol que da sobre los buenos y sobre los malos. Extendió la mano a los pecadores, fue a su encuentro, se sentó y comió con ellos, para inspirarles confianza, para rescatarlos de sus pasiones, de los vicios y, una vez rehabilitados, encaminarlos hacia una vida honesta, el bien, la virtud.
Pasó dulcemente la mano sobre la frente febril de los enfermos, y los sanó de toda debilidad. Tocó los ojos de los ciegos de nacimiento y estos vieron. ¡Y vieron en él al Señor... ¡Llevó al tugurio la luz del consuelo y evangelizó a los pobres, viviendo en el pueblo más mísero de Palestina!
Quiso morir con los brazos abiertos, entre el cielo y la tierra, llamando a todos- ángeles y hombres-
A su Corazón abierto, desgarrado, anhelando abrazar y salvar en ese Corazón Divino a todos, todos, todos: ¡ Dios, Padre, Redentor de todo y de todos ¡… por todas partes se ve levantarse al cielo, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos, una casa consagrada a su memoria; aún allí donde no hay moradas humanas, en las nieves eternas, se alza la capilla- tal vez una pobre choza muy parecida a la gruta de Belén-,y sobre ella, solitaria, hay una cruz que recuerda la obra de amor y de inmolación de Jesucristo Nuestro Señor. ¡Esa cruz habla a los corazones del Evangelio, de la paz, de la misericordia de Dios hacia los hombres…!
¡No me vencieron sus milagros ni su resurrección, sino su Caridad, esa Caridad que ha vencido al mundo!
Todo pasa, sólo Cristo permanece. Es Dios, y permanece. Permanece para iluminarnos, para consolarnos, para darnos con su vida su misericordia. ¡Jesús permanece y vence, pero con la misericordia!”
Don Orione
Escrito de 1920