Don Orione se pone frente a la historia, la penetra y
la analiza, tratando de descifrar “los signos de los tiempos”. Percibe una
situación caótica, oscura, donde parece prevalecer el poder de las tinieblas,
tanto en la Iglesia (atacada, dividida) como en los pueblos (“cansados,
desilusionados”). Comprende también que esta situación está cambiando, ya había
dicho en 1905; que “la humanidad estaba viviendo un período de grandes
trasformaciones sociales” (cfr. cap. I) y en la carta de 1936 parece afirmar
con más énfasis la inminencia de un acontecimiento que modificará mundo.
¿Se refiere a algo inminente? Pareciera que sí, ya que
Don Orione había intuido la proximidad de la segunda guerra mundial, y esta
frase podría ser una alusión a la misma.
De todos modos, puede afirmarse que, como en todo
oráculo profético, al anunciarse un hecho próximo está oculto un mensaje que va
más allá del mismo y aún de sus consecuencias inmediatas. La frase “el pasado
que cae” se puede muy bien interpretar, en el pensamiento de Don Orione, como
la sociedad moderna construida al margen de Dios y de la Iglesia y que en sus
estructuras reina el cansancio, la oscuridad, el mal (consecuencias del
pecado).
También el tiene una visión de un futuro más inmediato:
aquí en base a los escritos de Don Orione no se ve con total claridad a qué
“futuro” se está refiriendo. A veces pareciera que señala una realidad
intraterrena, otras en cambio, a que alude una situación definitiva,
escatológica.
Don Orione ante semejante visión de un mundo camino a
la destrucción se pregunta: “¿Qué saldrá de tanta ruina?, y entonces exhorta a
la fe y a la esperanza: ¡Somos Hijos de la Divina Providencia y no
desesperemos, antes bien confiemos mucho en Dios! No seamos de esos
catastróficos que creen que el mundo termina mañana... puesto que considero y
creo firmemente que el último en vencer será Dios 25…. “la
efusión del Corazón de Dios no se pierde por los males de la tierra, y el
último en vencer será el Señor...”
Don Orione interpreta la historia desde una
perspectiva de fe, por ello ve claro y cierto —con la certeza de la Fe— el
triunfo definitivo del Señor aparentemente empañado por las graves
circunstancias históricas. Él está arraigado en esta convicción: el triunfo se
ha dado en germen por la muerte y resurrección de Cristo, se realiza
misteriosamente en el espacio y el tiempo por la Iglesia, se logrará
definitivamente en la escatología.
El modo cómo Dios vencerá es a través del Amor
Misericordioso:
“...y Dios vencerá con una infinita misericordia,
¡Dios siempre ha vence así!” 27
El que vence de otra manera pasa y no se habla más de
él. Pasan los reyes, pasan los conquistadores de la tierra, caen las ciudades,
caen los reinos; polvo y hierba cubren el fausto y las grandezas de los
hombres, y los vientos y las lluvias destruyen los monumentos de sus
civilizaciones. “Los bueyes, en las urnas de los héroes, apagan la sed”, cantó
Zanella.
Todo pasa, sólo Cristo permanece. Es Dios y permanece.
¡Jesús permanece y vence, pero con la misericordia! 28
Dios no se impone por la fuerza ano a través de la
suavidad del Amor.
El nuevo edificio social sólo puede ser reconstruido
desde el Amor, no hay otra manera.
Pero Don Orione, la lucha violenta, el odio de clases,
no podrá ser la opción que construya la nueva sociedad como pretenden las
ideologías ella sólo podrá estructurarse informada por el amor hecho
misericordia. Remarcará con mucha fuerza este aspecto.
¿Esta convicción del triunfo divino le hacía
preguntarse: “Estamos en el alba de un gran renacimiento cristiano? y se respondía que sí, porque: “¡Está por
llegar una gran época!”, “…la de una sociedad restaurada en Cristo, más joven,
más brillante...”
Don Orione vaticina una nueva sociedad.31 En su construcción Cristo interviene decididamente
porque: “...Cristo tiene piedad de las muchedumbres... Avanza al grito
angustioso de los pueblos: Cristo viene trayendo la Iglesia en su corazón y en
sus manos las lágrimas y la sangre de los pobres, la causa de los afligidos, de
los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos, de los humildes, de los
abandonados... El porvenir le pertenece a Él, a Cristo...”32