Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:
la fiesta de nuestros fieles difuntos, aquellos que aún están en el Purgatorio, purificándose para entrar al Reino prometido. Son almas benditas, porque ya están salvas, y lo saben. Sólo que primero deben terminar de purificarse para poder enfrentar la visión Beatífica de aquel ante el cual hasta los ángeles se arrodillan en Su Presencia. Ellas necesitan hoy más que nunca nuestra ayuda con oraciones y Misas, para acortar esa purificación.