“También ustedes beberán de mi
Cáliz”
(Flavio Peloso)
Beatos Padre Ricardo Gil Barcelón y Antonio Arrué Peiró
Mártires Orioninos en España
Prólogo
“Soy un hijo de la Divina
Providencia”
Aurora del 4 de febrero de 1910. Un humilde sacerdote sale hacia la Iglesia de Santa Ana de Palafrenieri en Vaticano para iniciar
una de sus jornadas, llenas de inexhausta fatiga junto a incesante oración.
Las Iglesias están todavía cerradas, las calles desiertas. El aire
congelado se levanta con pereza de la noche que se va. Con pasos firmes se
dirige hacia la estación de trenes y llega, mientras el clarear del día va
difundiéndose, a la calle Victorio Emanuel, cerca de la fuente en forma de
nave, al lado de la calle. Aquel cura del norte mira a su alrededor, fascinado de la
grandeza cristiana de Roma, motivo de sentimientos y sinceras oraciones. Delante de la Iglesia
Nueva, inclina su cabeza, infundiendo una invocación a su querido San Felipe
Nery, “Pippo bueno”, como también él lo llamaba comúnmente. El ojo se eleva en
alto a contemplar fugazmente la magnifica fachada ideada de Rughesi. Arrodillado,
i casi curvo sobre el escalón más alto, delante de la entrada todavía cerrada,
hay un bulto negro, está inmóvil. Una figura en actitud absorta o casi fuera de
sí. Don Orione –era aquel cura- se siente empujado a acercarse; tiene la
impresión que sea un sacerdote: las manos juntas y una profunda piedad se lo
hace creer. Es de estatura superior a la mediana; el hábito y el sombrero
pobres gastados, pero limpios y ordenados. Hay algo en él que indica fiereza
pero también modestia y bondad.
- ¿Quién eres?, pregunta Don Orione.
- “¡Soy un hijo de la Divina Providencia!”, responde el desconocido,
dándose vuelta y dejando entrever el cuellito blanco sacerdotal.
-“¡Yo también lo soy! Entonces un poco me perteneces –dice con una sonrisa
Don Orione-. Yo tengo una congregación de la cuál los miembros se llaman Hijos
de la Divina Providencia”.
El desconocido se levanta. Los dos sacerdotes se miran en los ojos: la
sonrisa de Don Orione hace florecer una sonrisa en el otro. Y nació la amistad.
Se acompañan tranquilamente en la calle todavía silenciosa, atraídos
inmediatamente de mutua simpatía. Aceleran el paso porque se hace tarde para
Don Orione, que no puede permitirse de perder el tren: muchas cosas lo esperan.
Mientras hablan, brota en el corazón del desconocido una sintonía superior y
confianza, de darle seguridad.
Es un sacerdote español. Vino caminando desde Valencia, en peregrinación de
penitencia, para implorar de Dios que le muestre el camino que debe seguir:
tiene necesidad de una luz interior. Hasta ahora no ha hecho mas que vagar,
buscando su gran sueño de amor, de evangelización, de santidad.
“Ve a la Iglesia de Santa Ana, preséntate en mi nombre y espérame”, termina
Don Orione. ¡Dios nos inspirará, y la Santísima Virgen nos llevara de la
mano!”.
Así el Padre Ricardo Gil entró en la órbita de Don Orione y actuando
después todo lo que chistosamente y proféticamente afirmado en esa mañana fría
de febrero, fue un Hijo de la Divina Providencia.
La historia de uno de tantos sacerdotes, heroicos testimonios de la fe y
mártires durante la persecución religiosa en España en el 1936, empieza así, a
las puertas del Vaticano.
Ricardo, un joven comprometido e inquieto
Ricardo Gil Barcelón nace en Manzaneras, provincia de Teruel, el 27 de
octubre de 1873. La mamá había ido poco antes de su nacimiento, porque ella era
de allí e donde podría vivir el parto mucho más discretamente y asistido,
siendo un centro más grande. Allí Ricardo fue bautizado al día siguiente, en la
parroquia del “Salvador” por el P. Ramón Balaguer. Sus padres Francisco Gil
Zuriaga y Francisca Barcelón Santafé, formaron una familia bendecida por Dios
con 9 hijos. Además de Ricardo están Eugenio, María, Adelaida, Moisés, Alicia,
Consuelo, Agripina, Raquel. Viven en Torrijas, un lugar a 1400 m. de altura,
colocado sobre la costa de una colina que baja hacia un valle verde y frondoso,
rico de agua y de hortalizas. El lugar, en las primeras décadas del 1900,
contaba con 500 habitantes.
La familia Gil es de familia noble, sus orígenes sale al siglo XVI. Cabeza
de la estirpe seria estado un noble
caballero francés, amigo del rey de Castilla del cual tuvo un feudo de una
docena de pueblos. La flia. Gil se gloriaba del titulo de Hidalgo de la
Cofradía de la casa real. En el estigma de la nobleza familiar se lee el
emblema “Malo mori quam foedari” (Prefiero morir que traicionar).
Cuando Ricardo nace, la familia Gil vive aún en relativo bienestar con el
trabajo de las pocas propiedades que le quedaron: tierras, ovejas y bosques
ricos de valiosos pinos de nogal. Es la más importante familia de Torrijas y
también la más estimada. Habitan en una casa grande y linda en comparación con
las otras, pero sobretodo llama la atención la riqueza y la ilustre nobleza de un tiempo. El único
signo de las memorias pasadas es aquel de la pequeñísima capillita de su
propiedad, dedicada a la Virgen del Carmen, pegada a la casa y en la cual, cada
tanto, se celebra aún la Misa. En un vallecito, bajo la colina donde surge el
pueblo, poseen huertas y animales.
Los señores Gil son personas honestas, buenas y religiosas, queridos por
todos. En el pueblo, todos sabían que, una vez en la semana, la señora
Francisca cocinaba el pan, apenas sacado del horno, mandaba a los hijos más
pequeños a llevar un pan grande fresco y crocante, a los más pobres del pueblo.
Y no era una distribución anónima, cada pan estaba destinado a una determinada
persona.
-
Este
lindo pan, Agripina, es para la señora Lucia. Se le murió el marido hace poco y
esta sola con tres criaturas pequeñas.
-
“Corro
mamá”.
-
“Y
acuérdate de darle un beso a los niños”.
-
Este
lo llevas tu Eugenio, que eres el más grande. Es para Juan, el borracho, aquel
que esta en la casita abajo en el valle, cerca del molino. Está siempre
borracho y asusta a los niños. Pero por Dios, hay también para el.
-
“y
yo llevo aquel para el párroco junto a las ostias para la Misa”, se adelanta
Ricardo.
-
Muy
bien, ve tu: Pero primero pasa por la Iglesia y recita el Padre nuestro por
todos nosotros.
-
Y tu
Raquel, que eres la más pequeña, ve de la anciana Adela, la muda. Sabes que
quiere hacerte una caricia porque no sabe hablar, y se conmueve por los niños.
No tengas miedo cuando intente hablarte, se gentil y sonríele.
Esta liturgia domestica del pan se respetaba,
festivamente, cada semana, siempre igual, con alguna novedad dada por las
palabras de mamá y de la vivacidad de sus pequeños acólitos.
Ricardo crece en este ambiente familiar rico de fe y de
humanidad. Frecuentó la escuela elemental un poco a Manzaneras y otro poco a
Torrijas. Viene calificado como “estudiante diligente y capaz”. Hace su primera
Comunión y recibe la Confirmación por manos de Mons. Francisco Moreno, a
Torrijas, el 17 de octubre de 1887(¿?). Empieza a ser parte de los monaguillos
y se dedica con seriedad y alegría al servicio de la Iglesia.
“Desde la infancia se vio que tenia una gran generosidad
hacia los pobres –confirma el hermano Moisés- y, porque a esa edad non podía
disponer de algún recurso, pedía a su madre que socorriera a todos y el mismo
lo hacia en la medida que le era posible, privándose hasta de su propia ropa”.
Encontrando un pobre friolento y mal abrigado, Ricardo está dispuesto a
quitarse su chaqueta para dársela. Otras cosas símiles advienen cuando encontró
un niño mal vestido y descalzo. La mamá no lo reprendía nunca de lo que hacía
por los pobres y comentaba: “Quien da al pobre, da a Dios”. “Lo que tenemos
viene de la Providencia, tenemos que merecerlo y compartirlo con quien esta más
desafortunado”.
En el 1886, a doce años, Ricardo entra como alumno
interno del Seminario de Teruel. Allí queda por tres años y después, como
alumno externo, frecuento también a un año de filosofía. Se distingue por
diligente y capacidad.
“En
la edad de 12 años –cuenta el protagonista- entre como interno en Seminario (a
Teruel), cabeza (centro) de mi provincia, donde cumplí con optimas
calificaciones, tres años de latín con otras materias y un año de filosofía”.
En el 1889, se inscribe en la Escuela Normal de Teruel,
que frecuentaba desde hacia dos años, aprendiendo contemporáneamente canto el
uso de algunos instrumentos musicales y equitación; le gustaba mucho jugar a la
“pelota”.
“Terminado
y aprobado el cuarto año, pase, por determinaciones de mi padre, a estudiar dos
años en la escuela normal de maestros de Teruel –encontramos escrito en sus notas
autobiográficas- No llegue a ser maestro de primaria, porque tuve una gran
discusión, sobre algunos signos de amenazas, con el Director de la Escuela Normal
el cual era de una secta masónica, y tenia raras teorías a las que yo me opuse en
publico con coraje y Constancia”.
Era inevitable el enfrentamiento. El profesor Eugenio
Roca Sánchez no perdía la ocasión para burlarse de la fe, la religión y la Iglesia.
Un día, queriendo persuadir y más malo que otras veces, estaba martillando a
sus alumnos con juicios inspirados a los dogmas racionalistas.
-
Ahora
las tinieblas del oscurantismo religioso han sido vencidas por la luz de la
razón y de la ciencia. Los mitos religiosos han desaparecido como niebla al sol
de la ciencia. Es tiempo de terminar con las fábulas inventadas por los curas
para viejitas estúpidas y crédulas. ¿La creación del mundo y del hombre por un
Dios eterno? ¡Fantasías! ¿Paraíso, infierno, eternidad, fuego, diablos,
ángeles? ¡Fábulas! ¿La resurrección de Jesús? ¿La resurrección de los muertos?
¡Mitos! ¡Fábulas! No son que el resultado ingenuo del tentativo de explicar
cuanto para el hombre es oscuro. Fue así en todas las épocas y en todos los pueblos,
hasta cuando la ciencia y la técnica…
Ricardo, levantándose en pie, reaccionó con indignación:
-
Pero
profesor, ¡deje de decir estupideces!
-
¡Pero
como te permites! –replico enseguida el profesor.
-
¡Como
se lo permite usted! ¿Cómo hace para estar seguro de lo que está diciendo?
¿Fábulas? Jesús, sus milagros, su resurrección son hechos testimoniados por la
historia como lo son las guerras púnicas o el descubrimiento de América. Jesús
es un personaje histórico no menos de César o de Aristóteles o de Carlos Magno.
El evangelio es un libro que llego a nosotros más seguro de cuanto no hayamos
llegado a las Ilíada o la Odisea de Homero o del bello gálico de Julio César.
¡Que fábulas! El cristianismo es la forma más alta del pensamiento humano, el
evento histórico más determinante de la historia.
-
Te
entiendo, eres joven, y los jóvenes son un poco partidarios y un poco
fanáticos.
-
¡Partidario y fanático será usted!
-
Tengo
a mi favor los más grandes filósofos, los más grandes científicos modernos…
-
Yo
prefiero tener de mi parte la verdad.
-
¡Insolente!
-
¡Insolente
usted! Si se aprovecha porque esta detrás de un escritorio. Pero usted no es el
dueño de la verdad.
-
¡Afuera!
Sal inmediatamente del aula. ¡Afuera! Le diré al director de la escuela que
intervenga.
-
Haga
no más. Pero recuérdese que hay Alguien superior a todos.
Y Ricardo se fue del aula con paso decidido y golpeando
la puerta.
“De consecuencia –dijo después de muchos años el
protagonista- fui expulsado de la escuela normal, cuando me faltaba poco para
rendir los últimos exámenes. Después de estos dos años, fui a la ciudad de
Torrijas, donde habitaba mi familia, donde pase más de un año”.
En el 1892, a 19 años, fue llamado para el servicio
militar y enviado a las Filipinas. Los padres le ofrecen la posibilidad de “rescatarlo”
de la actividad militar, pero Ricardo no acepta. Y se va.