SABÍAS ?

MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA BARRANQUERAS

SABES LO QUE SIGNIFICA MLO? SIGNIFICA MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA

¿ Y SU ORIGEN? :

El MLO tiene su origen en Don Orione el cual durante toda su vida, ha comprometido a los laicos en su espíritu y misión para "sembrar y arar a Cristo en la sociedad".

¿Quiénes integran el movimiento?
Todos aquellos laicos que enraizados en el Evangelio, desean vivir y transmitir el carisma de Don Orione en el mundo...

¿Cuál es el fìn del MLO?

Es favorecer la irradiación espiritual de la Familia orionita, más allá de las fronteras visibles de la Pequeña Obra.
¿Cómo lograr esto?

A través del acompañamiento, animación y formación en el carisma de sus miembros,respetando la historia y las formas de participaciòn de cada uno.

¿Te das cuenta? Si amás a Don Orione, si comulgás con su carisma, si te mueve a querer un mundo mejor, si ves en cada ser humano a Jesús, si ves esa humanidad dolorida y desamparada en tus ambientes, SOS UN LAICO ORIONITA.

¿SABÍAS?
El camino y las estructuras del MLO, se fueron consolidando en las naciones de presencia orionita. Al interno del MLO y con el estímulo de los Superiores Generales , se juzgó maduro y conveniente el reconocimiento canónico del MLO ... así fue solicitado como Asociación Pública de Fieles Laicos, ante la Congregación para la vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCVSA) y fue aprobado el 20 de noviembre de 2012.

Y BARRANQUERAS, SABÉS DONDE QUEDA? en el continente americano, en América del Sur, en ARGENTINA, y es parte de la Provincia del CHACO.

Algunas de las imágenes que acompañan las diferentes entradas de este Blog pueden provenir de fuentes anónimas de la red y se desconoce su autoría. Si alguna de ellas tiene derechos reservados, o Ud. es el titular y quiere ser reconocido, o desea que sea quitada, contacte conmigo. Muchas gracias


lunes, 31 de julio de 2023

CARTA DE DON ORIONE 1 DE AGOSTO DE 1936 AL ABAD EMANUELE CARONTI

 


Una carta personal fechada el 1 de agosto de 1936; Don Orione desde la capital argentina, ignorando los motivos de la intervención pontificia del Abad Emanuel Caronti, relaciona ésta con los acontecimientos por los que había escrito, dos años atrás, a Mons. Simón Pietro Grassi; entonces explicó al Abad las motivaciones profundas que lo llevaron a venir a América Latina:

[...] Y aquí me parece conveniente manifestar en forma reservada a su Excelencia, que, cuando dejé Italia, no vine a América sólo con la intención de visitar las casas que la Pequeña Obra de la Divina Providencia ya poseía aquí, sino que sin confesárselo a nadie, ni siquiera a Don Sterpi, para no causarle un dolor todavía más grave, me he arrojado al mar, como si fuese un Jonás, con la esperanza de que mi alejamiento, calmase las olas furiosas, y salvado la barca de mi pobre Congregación. Y además era necesario que yo me alejara para interponer un acto claro, en salvaguarda de mi buen nombre. Desde hace cuatro años que vengo esperando en vano, en silencio, en oración y confianza, que se dijese una palabra de defensa de una horrible calumnia, divulgada en la Diócesis y fuera de ella, semejante a la del vicioso Sacerdote Florencio. Viendo que, entonces, era inútil esperar, he creído que debía seguir el ejemplo de San Benito, que abandonó Subiaco, y se retiró a Montecassino. Por lo que desaparecí silenciosamente de Tortona, aprovechando la ocasión del Congreso Eucarístico. Y, dejando la Congregación en buenas manos, puse mi causa en las manos de Dios[1].

El horizonte de sentido existencial aparece cuando en mi rostro están los rostros de quienes son los destinatarios de mi existencia, llamado y vocación. Cuando en mi rostro están tallados los rostros de mis hermanos del Pequeño Cottolengo, de los hogares, de las escuelas y misiones en las que vivimos entregando nuestras vidas. Porque no peregrinamos a lugares: peregrinamos a los hermanos y hermanas y en ellos peregrinamos al Otro, que es Dios.

Y así como la novedad del Reino se pone de manifiesto en el amor a los pobres y en su liberación, esta caridad es la confesión de fe más profunda de la presencia salvífica de Cristo en la historia. En esta perspectiva entendemos la intensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor de los hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor de Jesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar a los más alejados; los excluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios: y Luis Orione peregrinó a los otros, abrazando la condición de Jesús; tallando en su rostro el sufrimiento de sus hermanos en su propio corazón: Orione, L., a E. Caronti, 01.08.1936, Summ., § 563; se conserva también de esta carta una minuta, donde se agrega en este párrafo: «[...] en buenas manos, las de Don Sterpi, me refugié». Idem, a E. Caronti, 01.08.1936, mi., ADO, Scr., 19,91-92; con otra carta al mismo destinatario, fechada el 19 de agosto, explicita la causa de la calumnia: «En cuanto al hecho doloroso que me afecta y que, en un primer momento pensé que hubiera provocado la visita suya, es cosa un poco extensa para contar. No quisiera resultar demasiado prolijo [...] Un día llega el correo, y Don Sterpi no estaba en casa; [...] leo. En un primer momento no entendía de qué se trataba. La cosa me parecía extraña. Después caí en la cuenta. Él [Mons. Bacciarini] enviaba a Don Sterpi el testimonio jurado de un Párroco suyo, el de Melide (no era Don Bornaghi) el cual contaba que supo tener en su casa a dos sacerdotes de la Diócesis de Tortona, de los cuales uno era Arcipreste, y que había escuchado que Don Orione , cuando estuvo en Messina en calidad de Vicario General, después del terremoto habría frecuentado un prostíbulo, y que se encontró su nombre en los registros de la casa [...]» Orione, L, a E. Caronti, 19.08.1936, Summ., § 564. Scritti

69, 320. Don Orione tuvo también algunos problemas por esto de pensar y hablar de modo humilde de    mismo  y  de  la  Congregación.  Había  quienes  miraban  más  el  orden  que  la  sustancia.

Sabemos  que  el Visitador apostólico, el abad Emanuele Caronti, fue enviado en 1934 “para poner orden” en la Congregación.

Don  Orione,  refiere  a  Don  Sterpi:  “Esta  mañana  él [el  Visitador] fue  llamado  por  los  Religiosos [la Congregación de la  Santa Sede] Por un artículo aparecido en el Corriere della Domenica, donde se dice que yo mismo llamo a nuestra Congregación  «un  gran lio». Me ha preguntado si es cierto. Le he respondido que si,  y  que  se  lo  digo  especialmente  a  los  Obispos  de  la  Iglesia  para  que  no  se dejen  embaucar  por  mí,  y  a nuestros sacerdotes y clérigos para que no se llenen de soberbia si la Divina Providencia se sirve de nuestros trapos para hacer un poco el bien, no porque queramos  hacer las cosas mas o menos”;

carta del 12.1.1939,

Scritti  19, 309. 1 Scritti 45, 60.

 

 

 

 

 

 

 

CARTA DE DON ORIONE 1 DE AGOSTO DE 1936 AL ABAD EMANUELE CARONTI


Abate CARONTI Emanuele (Benedettino), da Subiaco (Roma), muerto en Noci (Bari) en 1966, a los 83 años de edad , 68 de  Profesión y  61 de Sacerdocio. Visitador  Apostólico de la Pequeña Obra de la Divina Providencia desde el 10 julio 1936 al 21 octubre de 1946.

10 de julio: la Santa Sede nombra Visitador Apostólico de la Obra al Abad Emanuel Caronti.

Una carta personal fechada el 1 de agosto de 1936; Don Orione desde la capital argentina, ignorando los motivos de la intervención pontificia del Abad Emanuel Caronti, relaciona ésta con los acontecimientos por los que había escrito, dos años atrás, a Mons. Simón Pietro Grassi; entonces explicó al Abad las motivaciones profundas que lo llevaron a venir a América Latina:

[...] Y aquí me parece conveniente manifestar en forma reservada a su Excelencia, que, cuando dejé Italia, no vine a América sólo con la intención de visitar las casas que la Pequeña Obra de la Divina Providencia ya poseía aquí, sino que sin confesárselo a nadie, ni siquiera a Don Sterpi, para no causarle un dolor todavía más grave, me he arrojado al mar, como si fuese un Jonás, con la esperanza de que mi alejamiento, calmase las olas furiosas, y salvado la barca de mi pobre Congregación. Y además era necesario que yo me alejara para interponer un acto claro, en salvaguarda de mi buen nombre. Desde hace cuatro años que vengo esperando en vano, en silencio, en oración y confianza, que se dijese una palabra de defensa de una horrible calumnia, divulgada en la Diócesis y fuera de ella, semejante a la del vicioso Sacerdote Florencio. Viendo que, entonces, era inútil esperar, he creído que debía seguir el ejemplo de San Benito, que abandonó Subiaco, y se retiró a Montecassino. Por lo que desaparecí silenciosamente de Tortona, aprovechando la ocasión del Congreso Eucarístico. Y, dejando la Congregación en buenas manos, puse mi causa en las manos de Dios[1].

El horizonte de sentido existencial aparece cuando en mi rostro están los rostros de quienes son los destinatarios de mi existencia, llamado y vocación. Cuando en mi rostro están tallados los rostros de mis hermanos del Pequeño Cottolengo, de los hogares, de las escuelas y misiones en las que vivimos entregando nuestras vidas. Porque no peregrinamos a lugares: peregrinamos a los hermanos y hermanas y en ellos peregrinamos al Otro, que es Dios.

Y así como la novedad del Reino se pone de manifiesto en el amor a los pobres y en su liberación, esta caridad es la confesión de fe más profunda de la presencia salvífica de Cristo en la historia. En esta perspectiva entendemos la intensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor de los hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor de Jesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar a los más alejados; los excluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios: y Luis Orione peregrinó a los otros, abrazando la condición de Jesús; tallando en su rostro el sufrimiento de sus hermanos en su propio corazón: Orione, L., a E. Caronti, 01.08.1936, Summ., § 563; se conserva también de esta carta una minuta, donde se agrega en este párrafo: «[...] en buenas manos, las de Don Sterpi, me refugié». Idem, a E. Caronti, 01.08.1936, mi., ADO, Scr., 19,91-92; con otra carta al mismo destinatario, fechada el 19 de agosto, explicita la causa de la calumnia: «En cuanto al hecho doloroso que me afecta y que, en un primer momento pensé que hubiera provocado la visita suya, es cosa un poco extensa para contar. No quisiera resultar demasiado prolijo [...] Un día llega el correo, y Don Sterpi no estaba en casa; [...] leo. En un primer momento no entendía de qué se trataba. La cosa me parecía extraña. Después caí en la cuenta. Él [Mons. Bacciarini] enviaba a Don Sterpi el testimonio jurado de un Párroco suyo, el de Melide (no era Don Bornaghi) el cual contaba que supo tener en su casa a dos sacerdotes de la Diócesis de Tortona, de los cuales uno era Arciprete, y que había escuchado que Don Orione , cuando estuvo en Messina en calidad de Vicario General, después del terremoto habría frecuentado un prostíbulo, y que se encontró su nombre en los registros de la casa [...]» Orione, L, a E. Caronti, 19.08.1936, Summ., § 564. Scritti

69, 320. Don Orione tuvo también algunos problemas por esto de pensar y hablar de modo humilde de  sí  mismo  y  de  la  Congregación.  Había  quienes  miraban  más  el  orden  que  la  sustancia.

Sabemos  que  el Visitador apostólico, el abad Emanuele Caronti, fue enviado en 1934 “para poner orden” en la Congregación.

Don  Orione,  refiere  a  Don  Sterpi:  “Esta  mañana  él [el  Visitador] fue  llamado  por  los  Religiosos [la Congregación de la  Santa Sede] Por un artículo aparecido en el Corriere della Domenica, donde se dice que yo mismo llamo a nuestra Congregación  «un  gran lio». Me ha preguntado si es cierto. Le he respondido que si,  y  que  se  lo  digo  especialmente  a  los  Obispos  de  la  Iglesia  para  que  no  se dejen  embaucar  por  mí,  y  a nuestros sacerdotes y clérigos para que no se llenen de soberbia si la Divina Providencia se sirve de nuestros trapos para hacer un poco el bien, no porque queramos  hacer las cosas mas o menos”;

carta del 12.1.1939,

Scritti  19, 309. 1 Scritti 45, 60.


1 DE AGOSTO, LLEGA EL PRIMER SACERDOTE ORIONITA A PARAGUAY

p. Angel Pellizari

Monseñor Bogarín Argaña

El 1 de agosto de 1976. El obispo Mons. Ramón Pastor Bogarín Argaña, y el párroco de las parroquias de Ñeembucú Sur, el padre Santino Tesei, dieron la bienvenida al primer sacerdote de la Obra Don Orione en Paraguay en Itá Corá: el padre Angelo Pellizari.

Los primeros misioneros Orioninos llegaron a Ñeembucú en 1976 y en 1988 en Mariano Roque Alonso abrieron el Pequeño Cottolengo.

 Luego llegarán el P. Luis Cacciuto (4 de marzo de 1976), el hermano Eduardo Gómez (septiembre de 1982) y P. Raúl Alfonso (marzo de 1984). Luego, el 19 de marzo de 1983, también llegan las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, María Mirta Paredes, María Adelaida Vargas y María Hortensia Matecich.

El P. Ángel Pellizari quien comenzó la Misión Orionita en Paraguay, relata cómo fue aquel inicio y el encuentro con Mons. Ramón Bogarín Argaña, quién había tenido un particular encuentro con Don Orione

Relata el P. Ángel Pellizari

MONS. RAMON BOGARIN ARGAÑA -obispo de la diócesis de San Juan Bautista de las Misiones- llegó en la tardecita del 31 de julio de 1976 a Mayor Martínez en un cochecito de color amarillo. En ese momento abría a los Hijos de Don Orione la misión en Ñeembucú, traspaso que se llevaría a cabo el día siguiente. Chiquita, la señora que tenía el lugar preparado para la cena, ofreció una buena porción de carpincho que saboreamos con gusto y alegría. Monseñor Bogarín era un hablador exquisito. Yo tuve la impresión de conocerlo desde mucho tiempo antes, impresión que se consolidó cuando esa noche salimos a caminar dando vueltas a la plaza del pueblo por un largo rato.

Ha sido un encuentro inolvidable para mí. Lo que decía el obispo en esa noche ahora lo considero como el contrato y el comienzo de su memoria. Era un momento muy deseado por él desde cuando conoció a Don Orione en 1939 el día de los funerales del papa Pio XI, cuando Bogarín celebró la misa de cuerpo presente en la basílica de San Pedro de manera no correcta porque ocupó parte del tiempo asignado a Don Orione para tal fin. Don Orione aprovechó la situación para empezar el diálogo con el joven religioso ofreciéndole otros encuentros.

Dando vueltas por la plaza, monseñor Bogarín me explicó cómo, siendo ya obispo auxiliar en Asunción, reunía a los jóvenes de Acción Católica. Gobernaba en ese tiempo el dictador Stroessner. Fueron tiempos muy feos para la Iglesia, tanto que el dictador llegó a alejar a Bogarín de Asunción con la aprobación del Nuncio Apostólico, creando una nueva diócesis en San Juan Bautista de las Misiones, de la que fue elegido obispo.

La nueva diócesis tenía solamente tres sacerdotes diocesanos y un regimiento militar, como para tener al obispo bajo observación. Frente a esa realidad Mons. Bogarín comenzó a buscar misioneros dando vuelta de congregación en congregación. También llamó sin resultado a la puerta de la Casa General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. "Pero Don Orione, en el adiós de 1939 en Génova, bendiciéndome antes de embarcarme, me había dicho que cuando llegara a ser obispo sería el primero de todos en abrirle las puertas del Paraguay a los Hijos de la Divina Providencia", recordó durante el paseo nocturno.

Siempre caminando alrededor de la plaza de Mayor Martínez, me tocó a mí explicarle que mi llegada al Paraguay fue "gracia de Dios, milagro de la Divina Providencia, misterio de profeta, de santo, programa de arriba, porque a mí nadie me dijo de venir a Paraguay, sino solamente el saber que en esta tierra hay muchos pobres", le señalé. Fue entonces que el obispo comentó que Don Orione le había dicho una tercera cosa cuando lo bendijo antes de regresar al Paraguay (las otras dos fueron que llegaría a obispo y que recibiría a su congregación): que moriría enseguida de nuestra entrada en Paraguay.

En el día de la entrega de las parroquias, el 1° de agosto de 1976, monseñor Bogarín me vistió con la estola leyendo el decreto de nombramiento como párroco en las tres parroquias de la zona. Así la congregación recibió esa porción de la diócesis de San Juan Bautista de las Misiones, que nosotros denominábamos Misión Orionina de Ñeembucú.

Después de todos los actos, paseando por unas horas, Monseñor tenía todavía ganas de hablar con su acostumbrado ardor. De lo mucho conversado entonces recuerdo que nos dijo: "El tiempo va pasando y llevo conmigo la luna, pero la claridad del día se acerca".

Monseñor Bogarín falleció el 3 de septiembre de ese año, apenas un mes después de la llegada de Don Orione a tierra paraguaya. Supe con claridad, entonces, que mi presencia allí se debía, sin dudas, a un decreto desde lo alto.