Nuestro Padre fundador mientras era joven custodio de
la catedral de Tortona (1891-1893), fue pobre entre los pobres y rico de tiempo
para el Señor. De aquel período llegó a nosotros una poesía y un hermoso texto
con notas poéticas de creyente enamorado. Este último fue publicado años más
tarde. En la intimidad; en el silencio se produjo un encuentro que lo
fortaleció en los momentos de sacrifico y dolor por abrazar la virtud:
Delante de Jesús
Solo ..., de noche, en la iglesia extensa y oscura!
Un profundo silencio envuelve todas las
cosas.
Las sombras descienden desde lo alto;
Allá, al fondo, cerca del altar, una lámpara …;
Es una luz pálida, serena.
De tanto en tanto, un soplo …,
y un tenue haz de luz
va hasta el muro,
besando la figura de un querubín.
Y el ángel, con esa gentil caricia
parece confusamente moverse,
y desprenderse, como si una ola de celestial amor lo reanimara.
Se reza bien, de noche, delante de Jesús.
Calla el mundo, callan los deseos,
Callan los irrisorios sueños de la fantasía.
La paz del Señor se difunde en toda el alma,
[una] paz grande, profunda; y alrededor silencio y
paz, paz, paz.
¡Eres bienaventurada, oh lámpara humilde,
que vigilas consumiéndote delante de mi Dios.
Tú, que eres familiar a este ambiente
saturado de amor que rodea el Corazón de Jesús,
dime si conoces sus ardientes latidos, sus
inenarrables dulzuras.
Ven, oh luz bendita,
penetra mi corazón,
hasta el fondo, en los rincones secretos …
háblame del dulce Jesús ¡del Jesús amor!
Tu suave voz reanimará mi espíritu,
Y hará crecer la virtud, el sacrificio.
¡Oh dulcísimo Jesús!
Oh si en mi corazón una perenne llama de amor
emulase la lámpara que en el mechero vela para Ti,
Intensamente, ¡hoy … mañana … siempre!.
Este tipo de soledad es intimidad; porque es presencia
de Jesús: percibida, gozada y anhelada. No se permanece en el ser sin estos
silencios. Porque en el silencio la presencia del Otro lo transforma en
encuentro. Y nuestra vida religiosa; nuestra misión surgen de este encuentro
con el Otro. Sin esta experiencia de encuentro, nunca abrazaremos las
convicciones personales: para quién ser y mucho menos para quién hacer nada en
nuestras vidas.
En efecto, difícilmente uno pueda soportar el qué y el
cómo si no sabe a quién le ha dicho ese sí. Uno nunca sabe qué dice cuando dice
que sí; y también ignora las implicancias de lo dicho. Solamente sabemos,
cristianamente hablando, a quién le decimos que sí (“Pedro le dijo: «Nosotros
hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido»” –Lc 18,28–). Necesitamos
entonces, encontrarnos profundamente con ese tú a quien le hemos dicho que sí,
por que el “qué” lo sabremos más adelante: en el despliegue histórico de
nuestra existencia.
[...] El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras,
ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero
el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y
darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. [...] María dijo entonces:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el
Ángel se alejó.
[...] Simeón [...] dijo a María, la madre: «Este niño
será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón.
[...] Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre
Ejemplos de esta experiencia abundan en la vida de
nuestro padre Don Luis Orione