SABÍAS ?

MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA BARRANQUERAS

SABES LO QUE SIGNIFICA MLO? SIGNIFICA MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA

¿ Y SU ORIGEN? :

El MLO tiene su origen en Don Orione el cual durante toda su vida, ha comprometido a los laicos en su espíritu y misión para "sembrar y arar a Cristo en la sociedad".

¿Quiénes integran el movimiento?
Todos aquellos laicos que enraizados en el Evangelio, desean vivir y transmitir el carisma de Don Orione en el mundo...

¿Cuál es el fìn del MLO?

Es favorecer la irradiación espiritual de la Familia orionita, más allá de las fronteras visibles de la Pequeña Obra.
¿Cómo lograr esto?

A través del acompañamiento, animación y formación en el carisma de sus miembros,respetando la historia y las formas de participaciòn de cada uno.

¿Te das cuenta? Si amás a Don Orione, si comulgás con su carisma, si te mueve a querer un mundo mejor, si ves en cada ser humano a Jesús, si ves esa humanidad dolorida y desamparada en tus ambientes, SOS UN LAICO ORIONITA.

¿SABÍAS?
El camino y las estructuras del MLO, se fueron consolidando en las naciones de presencia orionita. Al interno del MLO y con el estímulo de los Superiores Generales , se juzgó maduro y conveniente el reconocimiento canónico del MLO ... así fue solicitado como Asociación Pública de Fieles Laicos, ante la Congregación para la vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCVSA) y fue aprobado el 20 de noviembre de 2012.

Y BARRANQUERAS, SABÉS DONDE QUEDA? en el continente americano, en América del Sur, en ARGENTINA, y es parte de la Provincia del CHACO.

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martes, 13 de junio de 2023

DON ORIONE Y LOS MISERABLES DE VICTOR HUGO


Las puertas de la Providencia: Don Orione y Víctor Hugo

San Luis Orione (1872-1940) es un santo a quien consideramos auténticamente argentino.
En efecto, su vida contribuyó a hacer que nuestra patria sea una realidad con lugar para todos, especialmente para aquellos que sufrían el desamparo. En este artículo acercamos la figura del Fundador a la famosa obra escrita en el siglo XIX por el novelista francés Víctor Hugo, llamada “Los Miserables”, una de las expresiones literarias del romanticismo, que comportó una crítica a la sociedad burguesa de aquellos tiempos.

En la nota preliminar a una de las versiones castellanas se puede leer que “Ningún escritor del siglo proporcionó mayor servicio que Hugo a la causa de la justicia social. Nadie, en ningún país obró con más grande independencia política y desinterés personal para crear una conciencia de solidaridad humana” y más adelante, “Víctor Hugo, fue bajo todas las formas de gobierno, el abogado de todos los desheredados, de todos los infortunados, de todos los oprimidos, naciones o individuos; una gran piedad fue siempre el infalible impulso con que propuso o sostuvo reformas sociales”.

Los desamparados de todos los tiempos


A medida que se entra en la trama de “Los Miserables”, se pueden encontrar expresiones fascinantes, tanto por su estilo literario como por su mensaje. Pero existe una escena en el libro segundo de la novela, que indudablemente inspiró a Don Orione a escribir una de sus más hermosas páginas sobre el “Pequeño Cottolengo Argentino”. Se trata de la escena del diálogo que tiene monseñor Myriel con el convicto Juan Valjean; éste último buscando un refugio después de haber quedado libre, no encuentra más que gestos agresivos y rechazo en los habitantes de aquel poblado: “[...] destrozado por el cansancio, y no esperando ya nada, se echó sobre el banco de piedra que estaba a la puerta de aquella imprenta. Una anciana salía de la iglesia en aquel momento, y vio a aquel hombre tendido en la oscuridad.
–¿Qué hacéis, buen amigo? –le preguntó.
–Ya lo veis, buena mujer, me acuesto –le contestó con voz colérica y dura.
La buena mujer, bien digna de este nombre, era la marquesa de R.
–¿En ese banco? –replicó. [...]–He llamado a todas las puertas.
–¿Y qué?
–De todas me han arrojado.
La “buena mujer” tocó en el hombro al viajero, y le señaló al otro extremo de la plaza una puerta pequeña al lado el palacio arzobispal.
–¿Habéis llamado –repitió– a todas las puertas?
–Sí.
–¿Habéis llamado a aquélla?
–No.
–Pues llamad a ella.
Y fue así que nuestro amigo, se dirigió al lugar indicado por la anciana. El obispo, que estaba por cenar con su hermana y el ama de llaves, escuchó que golpeaban la puerta de su casa, y sin preguntar quien lo hacía, dio el permiso de entrar. Las mujeres, ante la figura que salía de la oscuridad, quedaron mudas e inmóviles como estatuas.
El obispo, con mirada tranquila, escuchó de boca del presidiario todas las peripecias que había sufrido buscando un lugar para dormir. Después de esto, ordenó que prepararan un cuarto para el visitante recién llegado. Y, dirigiéndose a su ama de llaves, indicó:
–Señora Magloire
[...], poned un cubierto más [...] Mientras hablaba, el obispo se había levantado a cerrar la puerta que había quedado completamente abierta. La señora Magloire volvió, y trajo un cubierto que puso en la mesa.
–Señora Magloire –dijo el obispo–, poned ese cubierto lo más cerca posible de la lumbre. –y volviéndose hacia su huésped: El viento de la noche es muy crudo en los Alpes: ¿tenéis frío, caballero?
Cada vez que pronunciaba la palabra caballero con su voz dulcemente grave, se iluminaba la fisonomía del huésped. Llamar caballero a un presidiario, es dar un vaso de agua a un naufrago de la Medusa. La ignominia está sedienta de consideración.
–Mal alumbra esta luz –dijo el obispo–. La señora Magloire lo oyó; trajo de la chimenea del cuarto de Su Ilustrísima los dos candelabros de plata, y los puso encendidos en la mesa.
–Señor cura –dijo el hombre–, sois bueno; no me despreciáis. Me recibís en vuestra casa. Encendéis las velas para mi. Y sin embargo, no os he ocultado de dónde vengo, y que soy un miserable.
El obispo que estaba sentado a su lado, le tocó suavemente la mano:
–Podéis escusaros el decirme quién sois. Esta no es mi casa, es la casa de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor. Padecéis; tenéis hambre y sed: pues seáis bienvenido. No me lo agradezcáis; no me digáis que os recibo en mi casa. Aquí no está en su casa más que el que necesita un asilo. Así debo decíroslo a vos que pasáis por aquí: estáis en vuestra casa más que yo en la mía. Todo lo que hay aquí es vuestro. ¿Para qué necesito saber vuestro nombre? Además, tenéis un nombre que antes que le dijéseis lo sabía yo.
El hombre abrió sus ojos asombrado.
–¿De veras? ¿Sabéis cómo me llamo?
–Sí –respondió el obispo–
¡os llamáis mi hermano!” Efectivamente, cómo no ver en este texto de Víctor Hugo, la inspiración del famoso escrito de Don Orione sobre el “Pequeño Cottolengo Argentino”, que dice:
“Confiados en la Divina Providencia, en el gran corazón de los argentinos y en cada persona de buena voluntad, se inicia en Buenos Aires, en el Nombre de Dios y con la bendición de la Iglesia, una humildísima Obra de fe y de caridad, que tiene como objetivo dar asilo, pan y consuelo a “los desamparados”, que no han podido encontrar ayuda y refugio en otras Instituciones de beneficencia.
La Obra extrae vida y espíritu de la caridad de Cristo, y su nombre de San José Benito Cottolengo, que fue Apóstol y Padre de los pobres más infelices. La puerta del Pequeño Cottolengo no preguntará a quien entra si tiene un nombre, sino solamente si tiene un dolor. “Charitas Christi urget nos” ¡Cuántas bendiciones tendrán de Dios y de nuestros queridos pobres aquellos generosos, que nos darán ayuda para aliviar tantas miserias, para mitigar los dolores de aquellos que son como el deshecho de la sociedad!”
Hay otros testimonios que demuestran, no solamente que Don Orione leyó “Los Miserables”, sino que tenía admiración por algunas de las expresiones de la novela francesa. Escribiendo una carta, de la cual se conserva sólo una parte, tal vez dirigida a una madre sufriente y preocupada por la situación de su hijo, la anima a permanecer firme en la fe, para reconocer el consuelo de Dios. Y a renglón seguido, hace una analogía entre su situación y aquella descrita en el libro del escritor francés:
“[...] Siempre ha quedado impresa en mí, la figura venerada de aquel obispo, que Victor Hugo describe en los dos primeros libros de ‘Los Miserables’, que supo librar del abismo y dar consuelo y liberación al condenado Juan Valjean, evitando de sermonearlo con alguna palabra que sonase a un reto, adornada de moral y de admonición. ¡Cuán sublime y divina caridad de Jesucristo! ¡Y qué grande es la iglesia en aquel obispo! [...]”
Y en otro lugar, Don Orione da un paso más, porque en el episodio del encuentro de Mons. Myriel con Juan Valjean en aquella casa, nuestro Fundador, identifica al obispo con José Benito Cottolengo, el fundador de la “Pequeña Casa”, la casa de todos:
“En ‘Los Miserables’ de Victor Hugo, la escena del presidiario: - echado de uno y otro albergue: ve cerrarse precipitadamente todas las puertas; implora un vaso de agua y obtiene la amenaza de un escopetazo; hasta un perro lo echa de su canil. Finalmente, siguiendo el consejo de una anciana, que salía de la iglesia, golpea la puerta de Mons. Myriel: ‘¡Entrad!’ Y el obispo, que lo saluda, lo abraza, le brinda la más fraterna y dulce hospitalidad. “Pero no le he dicho mi nombre – grita el condenado – mi nombre que a todos da miedo. ¿Y Ud. no me rechaza? Y Mons. Myriel responde: Esta no es mi casa, es la casa de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor.
‘Los Miserables’ salía a la luz en 1866, pero desde hacía 35 años, Turín, tenía esa puerta. Victor Hugo la había descrito como un ideal, como un sueño. [Pero ya] era una realidad: en el Cottolengo no se pregunta si [alguno] tenga un nombre, sino solamente si tiene un dolor. Y delante a aquella puerta Victor Hugo hubiese ciertamente repetido la frase del condenado: ‘Qué hermoso, es un buen sacerdote!’ ¡Y el Beato [José Benito] Cottolengo fue [ese] buen sacerdote!”
Desde joven, Don Orione tuvo admiración por la figura y la obra de José Benito Cottolengo (1786-1842). De hecho, cuando aún estaba en el Oratorio Salesiano de Valdocco solía pasar por “La Pequeña Casa” de Turín, lugar que le atraía muy especialmente.

Los desamparados argentinos

En octubre de 1934 Don Orione se embarcó desde Génova hacia Buenos Aires, permaneciendo en el continente latinoamericano hasta agosto de 1937. Durante ese largo periodo de tiempo desarrolló una intensa actividad en favor de los desamparados y marginados de la sociedad argentina, de entre las que se destaca la fundación en Buenos Aires del “Pequeño Cottolengo Argentino” en abril de 1935. Así lo comprendía:
“Jesús, en verdad has sido él desecho del mundo y en esto nuestros queridos pobres del Pequeño Cottolengo se asemejan un poco a ti. ¡Jesús, tu primer pueblo te ha rechazado y no quiso recibirte! Te convertiste en el gran Repudiado. No has tenido otra cosa que una gruta abierta a la intemperie: Tú eres el Primero de los pobres del Cottolengo”
Por ello, el “Pequeño Cottolengo” y sus “desechos”, son la metáfora del entero amor de Dios, que abraza toda la historia; que toca y transforma a todos los seres humanos, constituyéndolos, de una muchedumbre en su pueblo: el Pueblo de Dios.
Ser “del Cottolengo” constituye como una parábola del estado de sufrimiento que vive toda persona, pero que en Cristo, es transformado radicalmente en fuente de vida.
Y la Iglesia se ha hecho instrumento de la Providencia de Dios para estar junto a todo el que sufre, misión que nunca tendrá que abandonar.
Don Orione, especialmente, en los años transcurridos en Argentina lo comprendió tan bien que no vaciló en dar la vida por ello. Para él, todo aquel que quiera participar en la construcción de una humanidad nueva, no sólo tendrá que servir a Jesús en los pobres, sino querer vivir como su Señor, corriendo la suerte de los “desamparados y excluidos”.
El rostro providencial de Dios, es como aquella “buena mujer” que saliendo de la iglesia observó al hombre tendido en la oscuridad, rechazado por todos, e indicó la puerta de la casa del arzobispo, como un lugar seguro.
Esa misma Providencia es la que nos indicara las puertas que, como argentinos, deberemos abrir a fin de asumir en nuestra existencia el modo paternal y maternal del amor, y ser verdaderamente una patria para todos
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