Por el año 1915, moría la condesa italiana Teresa Agazzini, dejando a
Don Orione su casa para que hiciese en ella un asilo de caridad
destinado a ancianos pobres. A partir de allí, y tomando como modelo la
gran obra que fundara San José Benito Cottolengo en Turín Don Orione
iniciaba un nuevo campo de apostolado de caridad para alivio de pobres y
enfermos de toda clase.
Casi sin darse cuenta, Don Orione fue abriendo sus casas de caridad,
una tras otra. La gente no tardó en llamarlas "Cottolengos", por
identificarlas con la magnífica obra del santo. De esta manera, los
Pequeños Cottolengos se propagaron en Italia y en otros países, llegando
a América Latina.
El Pequeño Cottolengo Argentino fue abierto por el mismo Don Orione.
Durante su segunda estadía en nuestro país, colocó en Claypole (al sur
del gran Buenos Aires) la piedra fundamental de su construcción el 28 de
abril de 1935. Y a pesar de lo limitado de los medios con que comenzó,
había previsto que aquello se convertiría en algo grande: “Buenos
Aires puede tener la ciudad de las diversiones, puede tener la ciudad de
los estudios; pero el Cottolengo será la Ciudad de la Caridad”.
Al mismo tiempo, aceptó la donación de una propiedad en la calle
Carlos Pellegrini, en pleno centro de Buenos Aires, para que fuera allí
la sede central. Ese lugar fue bendecido el 27 de junio de 1935, y a los
pocos días recibió allí a las primeras personas necesitadas de
atención.
El Cottolengo de Avellaneda :Sólo en cuestión de escasos días, las Damas de San Vicente le
ofrecieron una casa en la localidad de Avellaneda, que inauguró el 2 de
julio del mismo año, como Cottolengo, poniéndolo bajo el cuidado de las
Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad.
Aún hoy, impacta recorrer aquellos días inolvidables de la presencia
de Don Orione en Argentina, cómo en tan poco tiempo pudo llevar adelante
un proyecto tan grande. Sin dudas, la Providencia de Dios obró a través
de la persona del santo, y de muchos corazones dispuestos que
encontraron reflejado en él, sus propios anhelos de solidaridad.
Así definía Don Orione el sentido del Pequeño Cottolengo:
"Es una obra que toma vida y espíritu de la caridad de Cristo, y su
nombre de San José Benito Cottolengo, que fue apóstol y padre de los
pobres más desdichados... Es una familia edificada sobre la fe que vive
del fruto de un amor inextinguible. En el Pequeño Cottolengo se vive
alegremente; se reza, se trabaja en la medida que lo permiten las
fuerzas; se ama a Dios, se ama y se sirve a los pobres. En los
abandonados se ve y se sirve a Cristo en santa alegría. ¿Quién puede ser
más feliz que nosotros?"
Don Orione concibió la obra del Pequeño Cottolengo como un auténtico
proyecto de inclusión social, con la profunda convicción que no podía
haber personas desechables, ni vidas sobrantes. Por eso, para todo aquel
que se acercara, la única pregunta válida que se le podía hacer era
acerca de su dolor. Nada más. Pasaron muchos años, y a pesar de tantos
adelantos en la humanidad, aún persisten y aumentan los mecanismos
sociales y económicos que discapacitan y excluyen. No se trata de un
problema únicamente ligado a la salud, sino de una gran carencia social
que, además, hace que las personas con discapacidad experimenten la
pobreza, la ausencia de oportunidades, la dependencia y el desamparo.
El Pequeño Cottolengo, tal como lo anhelaba el Fundador, quiere ser
"faro de civilización", luz testimonial en la construcción de un mundo
más justo e incluyente.
Al mismo tiempo, es espíritu de familia, respuesta humana y cristiana
para muchas personas necesitadas de un espacio existencial, capaz de
dignificar y devolver humanidad. DE COMO ES EL PEQUEÑO COTTOLENGO
ARGENTINO
El es, por ahora, como un pequeño grano de mostaza al cual
bastará la bendición del Señor para llegar a ser un día un árbol
corpulento, sobre cuyas ramas se posarán tranquilos los pajarillos
(Math. cap. 13). Los pajarillos, en este caso, son los pobres más
abandonados, nuestros hermanos y nuestros amos.
EL OJO DE LA PROVIDENCIA
El Señor ama a todas las criaturas sin excepción; su Providencia,
empero, no pudo dejar de distinguir con amor de predilección a los
miserables, a los afligidos, a los huérfanos, a los enfermos, a los que
sufren tribulación de alguna manera, después que Jesús se presentó como
un modelo y Capitán, sometiéndose El mismo a la pobreza, al abandono, al
dolor y hasta el martirio de la Cruz.
Por lo cual el ojo de la
Divina Providencia está, en modo especial, fijo en las criaturas, más
desventuradas y en aquellas que se hallan sumidas en mayor abandono
Para eso, religiosos y laicos, profesionales, trabajadores y
voluntarios, unen esfuerzos cotidianamente buscando mejorar la calidad
de vida y las posibilidades de aquellos hombres, mujeres y niños, que
han encontrado en el Cottolengo su lugar.