Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso. En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus. Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invadieron el templo. Rogaban y amenazaban. Pensaban que la joven debería regresar a la casa paterna. Gritaba y se lamentaba el padre. La madre lloraba y exclamaba: Está embrujada. Era el 18 de marzo de 1212. Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.
Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad. La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir pendientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo. Corrieron los años. En el verano de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina. Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.
- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le pregunta:
- ¿Con quién hablas?
Ella contesta recitando el Salmo.
- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.
Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253.
Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella fue alto candelabro de santidad, a cuya luz acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas. Santa Clara fundó la orden de las clarisas, rama femenina de los franciscanos, y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís. De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte.