San José Benito Cottolengo nace en Bra, Cúneo, Piamonte,
Italia el 3 de mayo de 1786. Hijo de Agostino Cottolengo y Benedetta Chiarotti,
es el fundador de la Piccola Casa della Divina Provvidenza, centro de acogida
para personas con discapacidad mental y/o física. Wikipedia
Nacimiento: 3 de mayo de 1786, Bra, Italia
Fallecimiento: 30 de abril de 1842, Chieri, Italia
Educación: Università degli Studi di Torino
(1814–1816)
Libros: Detti e pensieri
Hermanos: Agostino Cottolengo
Padres: Giuseppe Antonio Cottolengo, Benedetta
Chiarotti
Organizaciones fundadas: Société des prêtres de Saint
Joseph Benoît Cottolengo, Frères de saint-Joseph-Benoît Cottolengo
SAN JOSE B COTTOLENGO SU INFLUENCIA EN LA VIDA DE D ORIONE
¿Influyo la cercanía de la “Pequeña casa de la
Divina Providencia” (es decir el Cottolengo de Turín) en la espiritualidad del
joven Luis Orione?
La figura de San José Benito Cottolengo influyo
muchísimo en el joven Luis Orione. Si bien, Don Orione no conoció a este gran
santo, conoció su obra y en honor a él llamo a sus casas para gente con
discapacidad "Cottolengos".
Sabemos que los “Pequeños Cottolengos”
constituyen un capitulo fundamental para la historia de la multiforme actividad
caritativa de Don Orione, a pesar de ser el epilogo de lo que inicio en 1893
para los niños pobres.
La compasión hacia los enfermos y a los que
sufren, encendida en el joven Orione por el canónigo Cattáneo, se inflamó
entonces más que nunca encontrando las filas de pobres y desdichados hospedados
en la pequeña casa de la Divina Providencia, como el mismo nos cuenta:
“Recuerdo mis años juveniles, cuando estudiaba
en Turín, en la casa de Don Bosco. Un día nos llevaron a pasear. Vivía aún Don
Bosco; eran los años en los cuales el gran Santo murió.
Nos concedían un paseo semanal, el jueves, a lo
largo de la avenida reina margarita, que entonces estaba al margen de la ciudad
y separaba Turín de la región que se llamaba Valdocco, donde están los
monumentos de la caridad: los edificios del Cottolengo, de Don Bosco y de la
Marquesa de Barolo.
Íbamos a lo largo de la avenida, cuando
encontramos una larga fila de personas (una muchedumbre) que nunca acababa, y
parecía interminable. Iban formados de a cuatro y se tomaban de a dos las manos.
Iban como en cadena: y algunos desbordaban por aquí, y otros por allá. Eran
lisiados, ciegos, rengos, jóvenes y viejos. Quien los guiaba era uno de ellos,
un poco… mejor, pero que estaba de pie con dificultad y desbandaba mucho
también él…
El sol los bañaba. Aquellos arboles veían pasar
aquella columna –llamémoslo así- de pobres infelices, y la primavera bajaba
sobre aquellos pobres desdichados, quienes se sostenían con esfuerzo, como el
polen sobre las flores.
En verano caminaban bajo la sombra ancha que
bajaba de las hojas amplias y palmadas de los plátanos… El otoño arrojaba, a
sus pasos, las hojas y alguno a veces resbalaba sobre esas hojas rojizas.
Durante el invierno las ramas escuálidas parecían llorar sobre aquella columna
de infelices.
Cada vez que me llevaban a pasear, yo quería,
en mi corazón, verlos a ellos. La gente los miraba: los transeúntes se detenían
sorprendidos; y luego meneaban la cabeza y seguían y seguían murmurando: -¡son
los del Cottolengo… cosa de Cottolengo!...
Yo los miraba, deseaba encontrarlo, los sentía
hermanos, los amaba. No conocía su patria de origen, ni sabía cómo se llamaban.
No tenía importancia para mí… salían de una gran casa: pero el Cottolengo quiso
llamarla ‘Pequeña Casa’, porque la Casa de la Divina Providencia es el
universo...la última vez que fui a la ‘Pequeña Casa’, había trece mil
hospedados: una verdadera ciudad de dolor… o es casa del misterio o es el
milagro continuado de la Divina Providencia; una casa que vive sin bienes
propios, sin renta fija alguna.
Se podía pensar que eran personas tristes,
encerradas; por lo contrario, sonreían; y cuando los veía o encontraba llevaban
un rayo de serenidad en la frente, como aquellos rayos de sol que, anhelados
con ansia especialmente en los días de neblina, llegan a restaurarnos después
de los rigores del invierno.
Cuando regresaban a su casa, atravesaban un
atrio donde esta puesta una estatua del santo sacerdote, en el acto de bendecir
a la extrema vejez y a la infancia abandonada, mientras levanta un dedo al cielo
hacia la Divina Providencia.
La casa es el milagro permanente de la Divina
Providencia. ¡Contra el positivismo y el materialismo está el Cottolengo! Allí
hay muchos y muchas más de lo que yo encontraba en el paseo; la mayoría no
puede salir; están siempre en la cama y viven postrados en camillas, carritos,
cochecitos.
Si entran en aquellas largas crujías –son
muchas y los pobres están divididos en familias- hay lisiados, crónicos,
ciegos, viejos, jóvenes, mutilados, paralíticos: todos los miran con una
sonrisa, todos los miran con alegría serena en los labios… “¡Es un milagro” y el
mundo los rechaza como desechos, escombros de la sociedad!
Las madres de muchos de ellos, enseguida
después del desgarro de la maternidad, han apretado al seno sus recién nacidos:
después quisieron ver uno a uno si sus miembros eran perfectos, y vieron, en el
lugar de los brazos y manitas, los muñones… Pensaban dar una flor al jardín del
mundo, y vieron un cuerpecito desfigurado, y llorando un llanto sin consuelo…
Pero en el evangelio está escrito: -¡Dichosos
los que lloran, porque serán consolados! Y aquellos desdichados que no tuvieron
el don del llanto, tuvieron el llanto de sus madres, que muchas veces
fallecieron acongojadas diciendo: -¿a quién dejare mi desdichado, este mi pobre
hijo? Esta el Cottolengo. ¡He aquí que es el Cottolengo!
¡Dichosos los que lloran… Pasa la figura de
este mundo: ‘cosa linda y mortal pasa y no dura’, reza un poeta nuestro! Pero
hay algo que permanece en los siglos, algo inmortal. Pasan los gozos, pasan las
fiestas, pasan también los dolores, y aquellos pobres infelices se despiertan
un día como de un sueño penoso; y, con su gran maravilla se encontraron de pie,
firmes en sus piernas; la pierna derecha no estaba y estará en su lugar; no
había una mano, y estará en su lugar; los ojos que estaban en las tinieblas
verán la luz; y se alegrarán en el regocijo de todos sus miembros perfectos.
Volverán a usar las facultades mentales y se sentirán almas inmortales,
redimidas y libres. Vestirán el blanco hábito del bautismo…
Y cuando Cristo Señor dirá que deberán
separarse los buenos de los malos, aquellos desdichados, que fueron
despreciados, sentirán que su lugar es a la derecha. Cuando Jesús diga:
-¡Vengan, benditos, a recibir el premio preparado para vosotros desde la
constitución del mundo!, he allí, sentirán que son ‘bendecidos’.
¡El mundo los había considerado, no digo
maldecido, pero casi no dignos de pertenecer al consorcio humano! Y escucharan
a Jesús decir: -tenía hambre, y me dieron de comer; tenía sed, y me dieron de
beber; estaba desnudo, y me vistieron; era peregrino, enfermo, preso, y fueron
a visitarme.
Ellos, los del Cottolengo, miraban alrededor.
Pero cuando Cristo Señor diga: -vengan, benditos, a recibir el premio-, los
elegidos, los bienhechores de los pobres, los que practicaron la caridad, los
que tuvieron entrañas de misericordia hacia los desdichados, contestaran:
-¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer?, ¿sediento, y te dimos de
beber?, ¿huérfano, enfermo, y te consolamos?-, los del Cottolengo callaran.
Pero cuando Jesús dirá: -todo lo que hicieron a estos pobres, me lo hicisteis a
mi-; entonces los repudiados por el mundo, los desechos, los escombros, se
regocijarán con una alegría muy grande, porque comprenderán que fueron
asemejados a Jesucristo.
Buscaran entonces entre el resplandor de los
santos a una figura de sacerdote, un pobre cura, el ‘ángel’, el ‘canónigo
bueno’, un sacerdote que rezaba el oficio y se conmovía a la palabra ‘caridad’:
Todas las palabras y las oraciones que decía se
resumían en una única expresión: ‘caridad’; todos sus pasos eran sobre un único
sendero, el sendero de la caridad; todas sus acciones, ¡eran un canto a la
caridad!...
¡Oh! ¡Entonces todos los que fueron
disminuidos, sufrieron retraso, cantaran el cantico de la caridad, el cantico
más lindo que los hombres puedan cantar en la tierra, y que los Ángeles cantan
al cielo!...
“Entonces, cuando estaba en el oratorio de Don
Bosco, recuerdo que nos llevaban a pasear, allá alrededor del Cottolengo de
Turín. Y pasando por allá se veían aquellos pobres enfermos y epilépticos. Y yo
me sentía atraído por aquellos pobrecitos, los miraba con compasión, y sentía
gran deseo de ir al encuentro de ellos para aliviar sus sufrimientos.
Experimentaba como una gran alegría en verlos, y aquella era la diversión más
grande de mi paseo…”.
Desde Victoria (Buenos Aires), en el mes de
marzo de 1935, Don Orione escribía a un excelentísimo Obispo:
“…Ya desde cuando hacia el secundario en Turín,
cada vez que pasaba delante de la pequeña casa de la Divina Providencia,
fundada por San José Benito Cottolengo, experimentaba una especial atracción
hacia aquella obra de fe y de caridad, y el vivo deseo de hacer algo, con la
ayuda divina, para nuestros hermanos más pobres y más abandonados” (Scr. 67 –
300).
Informe: P. Facundo Mela
(loqueyorecibi.blogspot.com.ar