y la cruz vierte para nosotros -gota a gota a través de los
siglos- la sangre divina derramada por todos.
Desde la cruz Cristo clama: “¡Tengo sed!”. Grito terrible
de sed abrasadora, no de sed física sino grito de sed de almas;
y es por esa sed de nuestras almas que Cristo muere.
N o veo más que un cielo, un cielo verdaderamente divino,
porque es el cielo de la salvación y de la paz verdadera;
no veo más que un reino de Dios, el reino de la caridad y
del perdón, donde toda la multitud de las naciones es heredad
de Cristo y reino de Cristo.
Colócame, Señor, en la boca del infierno, para que yo,
por tu misericordia, la cierre.
Que mi secreto martirio por la salvación de las almas, de todas
las almas, sea mi gloria y mi suprema bienaventuranza.