El 28 de diciembre de 1899 Monseñor Bucchianica,
Obispo de Orvieto, leyó en el diario "Italia Real" un artículo
dedicado a las colonias agrícolas orioninas: era una verdadera exaltación. Se describían
los sistemas modernos, racionales y el énfasis técnico y, al mismo tiempo,
altamente espiritual.
Monseñor
leyó y releyó. De pronto surgió en su pensamiento una amplia extensión de
tierra, de propiedad pontificia, que se le había confiado, la hacienda Lazzarini
en Bagnoregio, o, como entonces se decía, Bagnorea, más precisamente en la
localidad "la Petrara", legada al Sumo Pontífice León XIII. Por un
instante, fue como soñar con los ojos abiertos la vio poblada por hombres y
jóvenes dispuestos al trabajo y a la plegaria, recorrió los surcos oscurecidos
por el arado... El mismo día escribió a
Don Orione ofreciendo a los "Ermitaños de la Divina Providencia"
tierra, casas, posibilidades de crear una colonia agrícola. El 25 de agosto de 1900
llegaron al lugar los primeros religiosos orioninos: ermitaños y un clérigo
dirigidos por Don Albera, convertido en el "Inspector" de las
nacientes colonias eremíticas agrarias por ahora Mornico, la Frascata...
<87>.
Pero llega un segundo pedido eremítico-agrario
por parte de un prelado insigne, Monseñor Radini Tedeschi, que Don Orione había
conocido siendo ya clérigo, y había escuchado con profunda admiración más de
una vez en la catedral de Tortona y en diversas reuniones de la Obra de los
Congresos, casi siempre a propósito del argumento específico que le interesaba:
la educación cristiana de niños y jovencitos.
Monseñor
Radini Tedeschi se hallaba a la cabeza de un comité formado en Roma, entre laicos,
con la ayuda del Monte de Piedad, y dedicado a San José: en realidad, el pueblo
lo llamaba "de los traperos", porque sus miembros recogían restos de
todo tipo, los acumulaban en un terreno por entonces desocupado, en la
"Boca de la Verdad", y los vendían a los judíos a... buen precio.
Increíble pero cierto: de aquel humildísimo tráfico provenían discretas sumas
destinadas - junto con muchas otras - al mantenimiento y educación de los
jóvenes abandonados.
En octubre de 1900 el consejo de la Obra había decidido destinar a una veintena de aquellos pobres chicos a la agricultura. He ahí la razón por la cual Monseñor Radini se dirigía a Don Orione por carta en noviembre, ofreciéndole el terreno para una colonia en la localidad de la "Nunziatella", en las puertas de la Urbe.
Y Don
Orione comprendió la inmensa e inesperada ventaja que para la Obra por él
fundada constituía esa misteriosa tarjeta de ingreso a Roma. Es notorio que aún
hoy es muy difícil - y lo era bastante más entonces - que una Congregación
logre entrar en forma estable en la Ciudad Eterna: como base, es necesario el permiso
de la Sagrada Congregación de los Religiosos, o bien el personal del Santo
Padre.
Por otra parte, también es cierto que todas las órdenes religiosas de fundación reciente, que no cuentan aún con una casa en Roma, aspiran ardientemente a tenerla y hacen lo posible para procurársela. Por ello, la oferta de Monseñor Radini asumía un valor providencial para la recién nacida Obra orionina: ¡forzar tan pronto y fácilmente las puertas de la Urbe! Y hasta resulta excesivo hablar de "forzar", pues las puertas romanas se abrían solas para los hijos de la Divina Providencia. |p4 Unico obstáculo ante tantos favores: Monseñor Bandi. Cada vez más temeroso de que la Obra orionina, por él bendecida y que tanto quería, se redujese a un castillo de papel; no se resignaba a ver partir las mejores fuerzas directivas de Tortona: abandonado por sus guías, ¿qué haría el "Santa Clara"?
Sabía muy
bien el valor de una entrada en Roma...; de ahí que, por momentos, se inclinaba
por la aceptación; luego la prudencia volvía a adueñarse de su mente, la
prudencia, virtud necesaria para cualquier empresa, y barría el consentimiento
que le había germinado "in pectore". Todo ello permitía a Don Orione
ejercitar la humildad y la obediencia. Al unísono con su Obispo se declaraba
dispuesto a decir "no" (un drama en lo más íntimo de su ser, aunque
para él eso significaba poco) en caso de ser necesario.
De todos
modos, a corto plazo, a corto plazo se encontró diciendo un "sí"
alegre, porque Monseñor Bandi, profundo conocedor de hombres y circunstancias,
había terminado por decir un "sí" milagroso. De manera que los
primeros "ermitaños" entraron en la colonia romana el 7 de febrero de
1901, en la finca de la "Nunziatella", así llamada por la vecindad
con una pequeña iglesia dedicada a la "Annunziata": una de aquellas capillas
rurales del campo que rodea a Roma, generalmente construida, o reconstruidas,
entre los siglos XVI y XVIII, todas con revoques bruñidos y piedras rústicas, y
piedra calcárea desmenuzada, que provocan devoción al mirarlas, como signo de verdadera
piedad y hablan de devotas festividades campestres, de humildes peregrinaciones
entre cantos y comilonas... Al entrar se reconoce alguna simple imagen de la
Virgen entre ex-votos y flores marchitas desde hace quién sabe cuánto tiempo; a
uno le parece entrar a un sitio "familiar" y lo asaltan deseos de
rezar. Esta de la Nunziatella era más antigua y tenía recuerdos ilustres y
queridos: por ejemplo, las visitas de Santa Karim, o Catalina de Suecia, hija
de Santa Brígida, hacia fines del siglo XIV.
Entre
todos, es decir entre "ermitaños" y muchachos, los recién llegados
sumaban una veintena. No más, porque la tierra cultivada no se extendía gran cosa,
y era necesario probar el suelo y el aire.
Recogieron el
trigo, un trigo pobre comido por los hongos y las hierbas selváticas, de hermoso
aspecto, pero de espiga enfermiza; y, durante el verano, se dieron cuenta de
que una terrible novedad llegaba de improviso a instalarse entre ellos: el paludismo.
En aquella época, los medios mecánicos que facilitan la recuperación de la
tierra no existían, de modo que las zonas bajas del agro romano no podían
substraerse a la mortífera asechanza Allí estaba la Nunziatella, y se hizo
necesario buscar una solución: el Comité consiguió un nuevo terreno, y esta vez
la elección superó cualquier riesgo de aire malsano <88>. Las laderas del
Monte Mario, que descienden abruptamente del lado de la urbe, en dulce declive
hacia el norte, fueron la tierra destinada a la nueva misión.
Aire óptimo,
vista estupenda. Los muchachos fueron trasladados al extremo de Roma opuesto a
la"Nunziatella", es decir a la "Baldunia", a otra hacienda
de los "traperos" dedicada a San José. Se despertaban temprano y
veían salir el sol desde aquella amplitud milenaria de la Urbe: pocas visiones hubieran
podido rivalizar con ella. Por la tarde contemplaban las inmensas faldas de oro
y púrpura que por occidente se dejaban caer sobre los techos pardos demorándose
en las torres y las cúpulas barrocas.
El terreno en
que trabajaban había sido comprado por la Comisión de los Canónigos de San
Pedro, presidida por los Monseñores Radini Redeschi y Talamo, por orden de León
XIII, con la finalidad de reunir a los jóvenes
convertidos del protestantismo, o mejor dicho, sustraidos a la
propaganda protestante que por entonces actuaba con resultados preocupantes en
los barrios surgidos en las faldas del Monte Mario.
|p5 Entretanto, parecía que la Providencia quería
duplicar la apuesta. pag 95 al 98 de Vida de Don Orione Papasogli