Fragmento de "La vida después de la Pandemia" del Papa Francisco
A estas horas, a causa del COVID-19 hemos comprendido que todos estamos involucrados e implicados: la desigualdad, el cambio climático y la mala gestión nos amenazan a todos. Hemos de entender también que se deberían cambiar los paradigmas y sistemas que ponen en riesgo el mundo entero. Nuestra vida tras la pandemia no debe ser una réplica de lo que fue antes, sin importar quién solía beneficiarse desproporcionadamente. «Seamos misericordiosos con el que es más débil.
Sólo así reconstruiremos un mundo nuevo».
El COVID-19 nos ha permitido poner a prueba el egoísmo y la competición, y la respuesta es la siguiente: si seguimos aceptando, e incluso exigiendo, una competición implacable entre intereses individuales, corporativos y nacionales, en la que los perdedores son destruidos, entonces al final los ganadores también perderán como los otros, porque este modelo es insostenible a cualquier escala: desde el virus microscópico hasta las corrientes oceánicas, desde la atmósfera a las reservas de agua dulce. Una nueva era de solidaridad debe poner a todos los seres humanos en el mismo plano de dignidad, cada uno asumiendo su propia responsabilidad y contribuyendo para que todos —uno mismo, los demás y las generaciones futuras— puedan prosperar.
Junto a la visión, el compromiso y la acción, el Papa
Francisco ha mostrado hasta qué punto la oración es fundamental para redirigir
nuestra mirada a la esperanza, sobre todo cuando la esperanza se hace débil y
lucha por sobrevivir. «Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien
de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras». Mientras guiaba el mundo en la Adoración del
27 de marzo, el Santo Padre enseñó que orar significa:
• Escuchar,
dejar que lo que estamos viviendo nos preocupe, afrontar el viento y el
silencio, la oscuridad y la lluvia, permitir que las sirenas de las ambulancias
nos turben;
• reconocer
que no somos autosuficientes y, por tanto, encomendarnos a Dios;
• contemplar
el Cuerpo del Señor para ser permeados por su modo de obrar, dialogar con Él
para acoger, acompañar y sostener, como Él hizo;
• aprender
de Jesús a tomar la cruz y abrazar junto a Él los sufrimientos de muchos; •
imitarlo en nuestra fragilidad para que, a través de nuestra debilidad, la
salvación entre en el mundo; • y mirar a María, “Salud de su Pueblo y Estrella
del mar tempestuoso”, y pedirle que nos enseñe a decir “sí” cada día y a ser
disponibles concreta y generosamente.
La oración se convierte en la vía para descubrir cómo
ser discípulos y misioneros hoy, encarnando en una amplia variedad de
circunstancias el amor incondicional por todo ser humano y por todas las
criaturas. Este camino puede conducirnos a una visión distinta del mundo, de
sus contradicciones y sus posibilidades; puede enseñarnos día tras día cómo
dirigir nuestras relaciones, nuestros estilos de vida, nuestras expectativas y
nuestras políticas hacia el desarrollo humano integral y la plenitud de la
vida. Por tanto, la escucha, la contemplación y la oración son parte integrante
de la lucha contra las desigualdades y las exclusiones, y a favor de
alternativas que sostengan la vida.