Roma, 11 de enero de 1916
A mis queridos hijos, los huérfanos de Abruzzo y de Sora, que están en la Colonia de Monte Mario.
No puedo partir hacia Avezzano sin dejarles una palabra,
que ruego a su Director, leerles a ustedes mañana. Pasado mañana, jueves, es el aniversario de la muerte de sus amados padres, aniversario del gran dolor de sus vidas y de su tierra, hijos míos. ¡No se cómo decirles con cuánta intensidad desearía estar cerca de ustedes, que todos pudiesen encontrarse unidos en este día de gran pena, y que juntos recemos sobre las tumbas benditas de sus seres queridos yde todos los muertos por el terremoto, que nunca deberán olvidar!
Yo viajaré esta noche a Avezzano, como quien va de peregrinación... con inmensa tristeza hacia la casa del dolor, y el día 13 por la mañana, a la hora del desastre, celebraré la Santa Misa por todos sus muertos.
Y cuando me encuentre en medio de los huérfanos que están allá, sentiré que estoy con ustedes y que los tengo a todos juntos, huérfanos y hermanados todos en esta desgracia, mis amados, muy amados y queridos hijos en el Señor. Y mientras implore la paz eterna para todos aquellos muertos, pediré también a Dios, que es Padre no sólo de misericordia, sino también de todo consuelo, que los reconforte a todos y a cada uno.
Y ya que ustedes no podrán encontrarse sobre las tumbas de sus seres queridos, yo iré por todos y cada uno de ustedes, y rezaré por todos. Les haré de Padre queridos huérfanos del terremoto, mis más queridos huérfanos y mis más queridos hijos en el Señor, mientras Dios me dé vida y hasta que pueda y cuanto más pueda, con la gracia del Señor, les prometo que los ayudaré siempre y les haré de Padre en Jesucristo.
¡Coraje! El Señor no los abandonará si viven fieles a Él.
Este dolorosísimo y primer aniversario de la muerte de sus seres queridos los haga reflexionar bien, que nosotros no estamos sobre esta tierra para gozar, sino para hacer el bien: para amar y servir a Dios y al prójimo, para rezar, padecer, trabajar y merecernos el Paraíso.
¡En el Paraíso, con los santos y los ángeles del Señor, los esperan para vivir juntos y para siempre, sus madres, sus padres y todos sus familiares que han muerto en el Señor!
¡Que Dios los bendiga, mis queridos huérfanos y los consuele por siempre y para siempre!
Los abrazo espiritualmente en Jesucristo y los bendigo a todos y con todo el afecto, y a cada uno los bendigo una vez más en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Su afectísimo padre en Jesucristo,
Don Luis Orione.*
foto sólo ilustrativa