Muchas veces expresará Don Orione el poderoso impacto que produjo sobre él ese gran acontecimiento eucarístico:
Don Orione ve al Congreso Eucarístico como un verdadero triunfo de Cristo. Será un espectáculo grandioso, que lo impactará muchísimo, como puede verse en sus cartas y discursos; será algo que perdurará en él, ya que lo citará muchas veces. Esto puede comprobarse, fácilmente, leyendo con cuidado las cartas escritas desde Argentina durante los meses posteriores al Congreso Eucarístico.
De una carta colectiva a sus religiosos, religiosas, seminaristas, ermitaños, etc., desde Victoria, el 4 de noviembre de 1934, a menos de un mes del Congreso Eucarístico, leemos:
"El Congreso Eucarístico fue un milagro; más de dos millones de fieles participantes sintieron que el Papa estaba acá, con nosotros, y que el triunfo de Nuestro Señor era, al mismo tiempo, un triunfo del Papa y de la Iglesia y de todo cuanto de social, de grande, de sobrehumano, de divino, la Iglesia y el Papa son, representan y proclaman.
La grandiosa celebración pública de fe, de amor, de adoración a Jesús Eucaristía en la Argentina superó todos los Congresos Internacionales Eucarísticos que existieron y no sé cómo y dónde podrá ser superada; sólo el Paraíso puede ser mejor. ¡Hemos entrevisto y gustado por anticipado del Paraíso!".
Y
en otra carta colectiva, saludando para la Pascua a los religiosos, religiosas,
amigos, benefactores, alumnos, huérfanos, etc., desde Buenos Aires, el 19 de
marzo de 1935, a casi seis meses del Congreso Eucarístico, decía:
“Asistí al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires. ¡Un espectáculo inefable! Pude ver qué es y cómo es de grande la misericordia de Dios: más grande que los cielos.
¡Vi decenas de millares y millares de obreros, de robustos trabajadores, de jóvenes, florecientes de vida; médicos, abogados, oficiales, profesores universitarios, diputados, ministros, confundidos en columnas, confesarse en las plazas, a lo largo de los caminos, ¡de las calles de esta gran capital! ¡Más de 200.000 hombres, como atraídos por un imán, en interminable torrente, avanzan compactos, orando, cantando y postrándose a los pies de Cristo!; adorar a Cristo, recibir a Cristo sobre la gran Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno de esta República Argentina.
En aquella plaza los he visto fraternizar, abrazarse en Cristo, jurar su fe, su amor a la Patria, ¡llorar de amor! ¡Fue un espectáculo único en el mundo!
¿Qué sentían? ¡A Cristo! ¿Quién estaba? Cristo, queridos hermanos; Cristo Nuestro Señor que resucitaba en esos corazones; estaba Jesús, estaba el Señor pasando por esta metrópolis y descendía junto a su pueblo. El Legado Papal exclamaba: '¡Pero esto es el Paraíso!”