¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Celebramos la Pascua y la liturgia nos presenta un signo que desconcierta.
Un sepulcro vacío
Junto a María Magdalena, Pedro y el discípulo amado contemplamos y nos encontramos con un sepulcro vacío. Jesús no está ahí… ¿Qué vemos?
• La piedra sacada.
• Las vendas en el suelo.
• El sudario enrollado en un lugar aparte.
Todo muy ordenadito, vemos indicios (un signo que nos permite deducir algo con fundamento), pero el sepulcro vacío solo no nos dice nada. Las evidencias solamente indican que el cadáver del Maestro no ha sido robado,
Y ahí el amor (de María, de Juan, de Pedro, el tuyo, el mío) por Jesús se pone en búsqueda, el amor no se convence, no se queda quieto.
El amor busca respuestas
Esta cualidad que tiene el amor de ser inquieto se pone en acción especialmente cuando un ser querido o alguien que es muy bueno sufre el mal o deja de estar entre nosotros.
El caso de Jesús es emblemático. La 1ra lectura nos decía: “el pasó haciendo el bien” en medio de su pueblo pero “ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo”. Un tipo tan bueno ¿podía terminar así? ¡Es realmente injusto! Pero… ¡no! “Dios lo resucitó al tercer día”… ¡Nosotros somos testigos de esto!
En pocas palabras, el amor nos pone en búsqueda. Y así movidos por el amor encontramos respuestas donde antes solo había indicios: “según la Escritura él debía resucitar de entre los muertos”.
Una fe enamorada
El sepulcro está vacío. Ahora él está en todas las discretas alegrías cotidianas, en cada abrazo, en cada sentimiento bueno, en cada mano tendida, en cada vez que perdono.
Este es el misterio que hay que creer, que hay que contemplar. Necesitamos una fe enamorada, como la de María Magdalena, la de Pedro, la del discípulo amado, para descubrir esta nueva Presencia del Señor Resucitado en medio nuestro, en nuestra vida.
Mirada desde afuera parece una locura. Vivida desde adentro es algo maravilloso, es una certeza que no podemos explicar del todo, pero que llena de alegría el corazón, de luz la inteligencia y de fuerza la voluntad.
“Derrama Señor Resucitado, lleno de vida, en todo mi ser la luz de tu resurrección para que toda mi existencia se transfigure con la luz de tu Presencia”
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