"Mientras tanto se aproximaba el día de
ingreso al seminario, el 15 de octubre, fiesta de Santa
Teresa. Pese a que dos de las tres señales se habían manifestado,
no quería decidirme. La última noche que pasé en casa,
en vez de dormir no hice más que llorar... hasta que me dormí y
soñé. ¡Oh, qué hermoso sueño! Lo vuelvo a ver como si hubiese
sido ayer.
"Me parecía estar en el oratorio de Valdocco, en el patio de los alumnos del cuarto curso, ubicado entre
el departamento de pequeñas habitaciones de Don Bosco y el por
entonces llamado Palacio Audisio". Pero ya no era
nuestro polvoriento patio. Se había transformado en un jardín cubierto de
perfumadas y blancas azucenas. ¡Ah, me parece sentir aún todo aquel
perfume embriagador! En el medio había una verde
montañita. Quise subir hasta la cima para gozar más de aquel
espectáculo, y cuando estuve allí, de pronto, imprevistamente, se
abre el azul del cielo y desciende Don Bosco en persona.
Llevaba entre los brazos un hábito desplegado: el mismo de la famosa
señora. En un instante me lo puso. Don Bosco no dijo
palabra: solamente me miró con una sonrisa dulcísima, la misma que
tantas veces me había infundido serenidad y alegría cuando
recurría a él con el alma llena de inquietud
"Me desperté anegado en lágrimas, pero era un llanto reparador: finalmente estaba seguro que Dios
me quería en el seminario.
"Preguntaréis: ¿y la tercera señal?
"Fue la siguiente: la conversión de mi padre. Entendámonos: mi padre era un hombre de la mejor pasta del
mundo, pero uno de aquellos liberalotes crecidos bajo el influjo
del ministro Ratazzi. (Un corazón de oro, una bondad
excepcional, como concuerdan los testimonios de los viejos de
Pontecurone). A pesar de ello, permitía que mi madre (una
santa) fuese a laiglesia tantas veces como quisiera y me
llevase a mí: despué del Señor a ella debo verdaderamente mi
vocación. En efecto mi ingreso al Seminario, también mi padre se
convirtió en un cristiano practicante" .
Este tercer "secreto" revela el
verdadero fondo del misterioso acuerdo entre el Santo y Luis. La
primera parte del "suceso" tiene un sabor un poco
fantástico, casi de apuesta entre jóvenes amigos... de niñería, como dirá
el mismo Don Orione. Pero, en la tercera condición, la niñería
se esfuma y aparece nítidamente la profundidad del
compromiso del sobrenatural coloquio. Dejamos el juego para
entrar en lo eterno. Aquí se trata de la salvación de un
alma, y del alma más querida - junto a la de su madre - para Luis,
y el resultado es espléndido: Víctor Orione se confiesa, recibe
a Jesús Eucaristía y se convierte en un buen cristiano
practicante: nada fácil para un "italiano liberalote" del 1870.
Pero la relación sobrenatural entre Don Bosco y Luis no se cierra aquí: "Las gracias más
extraordinarias - escribirá Don Orione, el fundador - Don Bosco me las
concedió después, y continúa acompañándome paso a paso en mi obra.
¿No me había dicho: 'Nosotros seremos siempre
amigos'?"
Nada menos parecido a una niñería en esta continua asistencia sobrenatural de maestro a
discípulo, de padre a hijo es toda una correspondencia de valores
ultraterrenos y d cotidiano heroísmo.
Don Orione llegó al seminario diocesano de
Tortona, era ya una personalidad joven, en muchos
sentidos formada en el espíritu salesiano. Esta impronta no se
borrará, y preparará en él, desde entonces, al fundador.
Pero, como ya observamos en otras circunstancias de adolescencia de D. Orione, durante esta
permanencia en el seminario episcopal se renueva el elemento
"sorpresa", frecuente en su vida y en su espiritualidad.
En Turín, tuvimos oportunidad de conocer a un alumno salesiano
bueno, aplicado, pero no diferente de muchos otros; ahora vamos
a conocer a un seminarista singular, o, como dirán sus
compañeros, "extraño" casi hasta el misterio..............
..... El
16 de octubre de 1889 Luis viste el hábito de seminarista; el año académico 1889-1890 está
por comenzar. Luis recibe el hábito en un día que seguirá siendo
grande para él: lorevivará a través de muchos recuerdos y en
varias circunstancias
Se trata ahora de ubicarse entre
los compañeros, que son numerosos, y se diferencian individualmente y
entre clase y clase. El rector, el óptimo Don Ambrosio Daffra,
de trato cordial y rico en experiencia, lo conduce
hasta el clérigo teólogo Fausto Bianchi y se lo confía con una
eficaz presentación: "Es un joven aplicado, que
viene de los salesiano de Turín; prestadle especial atención"
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