Hoy es el día del silencio. “Y el sábado descansaron, según el precepto”
(Lc 23,56
Recordamos que las
imágenes del templo se han cubierto: la iglesia está desnuda. La liturgia de
hoy ni siquiera incluye el gran gesto de la Eucaristía: es el día alitúrgico.
Tiempo de pausa, de interrupción para que podemos darnos cuenta que el tiempo
queda "vacío"; para comprender nuestro límite, nuestro estado de fragilidad,
nuestra “no omnipotencia”. Esta es la experiencia que a menudo hemos podido
vivir: que Dios esté a nuestro lado como alguien ausente; y ha sido justamente
en aquellas situaciones que sentimos impotencia.
Dios no ha intervenido para
defendernos como pretendíamos; no nos arrancó de la muerte, cuando invocamos su
presencia para derrotar al mal.
En efecto, Dios guarda silencio incluso hoy
cuando hay víctimas, cuando hay violencia, cuando reina la tortura, cuando la
arrogancia caracteriza nuestra vida cotidiana.
Dios elige guardar silencio, ya
que eligió estar en silencio en el día del descanso de Jesús en la tumba Jesús
hace de su soledad de la muerte el lugar de la solidaridad absoluta con los
humillados, con los que sufren, los abraza, los toma de la mano para
devolverlos a la luz, a la vida. Jesús llegó a ese lugar para que cada víctima
de la historia pueda sentirse solidaria, pueda sentirse menos sola en esa
humillación extrema.
Jesús hace de su
soledad de la muerte el lugar de la solidaridad absoluta con los humillados,
con los que sufren, los abraza, los toma de la mano para devolverlos a la luz,
a la vida. Jesús llegó a ese lugar para que cada víctima de la historia pueda
sentirse solidaria, pueda sentirse menos sola en esa humillación extrema
El silencio de Jesús en la tumba, no es como piedra
los hombres han colocado para sellarla. Jesús no tiene ninguna roca que pueda
cerrar y sellar su corazón. En esta soledad, las brasas arden, el amor arde. No
es la soledad inmóvil, exánime; Jesús en medio de esa soledad da pasos
invisibles: su amor lo mueve, el amor siempre se mueve. En este silencio del
sábado, Jesús da pasos hacia el inframundo, hacia el infierno de la ausencia,
de la ausencia de Dios que es la mayor distancia que él pueda experimentar como
Hijo.
En esta perspectiva entendemos
la intensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor
de los hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor de
Jesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar los más alejados; los
excluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios:
Por lo tanto, Dios mío, presérvame de la
funesta ilusión, del diabólico engaño que yo, sacerdote, deba ocuparme
exclusivamente de quien viene a la Iglesia y a recibir los santos Sacramentos;
de las almas fieles y de las mujeres piadosas [...] Sólo cuando esté desecho de
cansancio y muerto tres veces corriendo y llamando a los pecadores y también a
los Escribas y Fariseos, solamente entonces podré buscar algún reposo entre los
justos.
Pero Luis Orione, llegando a la madurez de su
vida, entiende que esto no es suficiente: La perfecta alegría no puede estar sino en la
entrega de uno mismo a Dios y a los hombres, a todos los hombres, a los más
miserables como a los maltrechos, físicamente o moralmente; a los alejados, a
los culpables, a los adversarios. Colócame, Señor, en la boca del infierno, para que yo, por tu misericordia, la cierre.
Que mi secreto martirio por la salvación de las almas, de todas ellas, sea mi
paraíso y mi suprema bienaventuranza.2
Le pedimos al Señor la gracia, de vivir nuestra
vida de tal modo que podamos llegar a los infiernos que viven nuestros hermanos
y cerrar sus puertas; Con la autenticidad del amor misericordioso del Padre, en
las manos tiernas de su Madre la Iglesia. Cerrar la boca del infierno es tocar
el corazón de los que se sienten lejos de Dios, con el amor de Cristo.
IDEM,
sf., mi., ADO, Scritti, 118,18; cf.: PAPASOGLI, G., Vida de Don Orione,
233-234. 2 ORIONE, L., 25.02.1939, ma., ADO, Scritti, 115,200-201; (EC.,
II,427-428).
fuente extracto triduo pascual p.Fernando Fornerod
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