SABÍAS ?

MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA BARRANQUERAS

SABES LO QUE SIGNIFICA MLO? SIGNIFICA MOVIMIENTO LAICAL ORIONITA

¿ Y SU ORIGEN? :

El MLO tiene su origen en Don Orione el cual durante toda su vida, ha comprometido a los laicos en su espíritu y misión para "sembrar y arar a Cristo en la sociedad".

¿Quiénes integran el movimiento?
Todos aquellos laicos que enraizados en el Evangelio, desean vivir y transmitir el carisma de Don Orione en el mundo...

¿Cuál es el fìn del MLO?

Es favorecer la irradiación espiritual de la Familia orionita, más allá de las fronteras visibles de la Pequeña Obra.
¿Cómo lograr esto?

A través del acompañamiento, animación y formación en el carisma de sus miembros,respetando la historia y las formas de participaciòn de cada uno.

¿Te das cuenta? Si amás a Don Orione, si comulgás con su carisma, si te mueve a querer un mundo mejor, si ves en cada ser humano a Jesús, si ves esa humanidad dolorida y desamparada en tus ambientes, SOS UN LAICO ORIONITA.

¿SABÍAS?
El camino y las estructuras del MLO, se fueron consolidando en las naciones de presencia orionita. Al interno del MLO y con el estímulo de los Superiores Generales , se juzgó maduro y conveniente el reconocimiento canónico del MLO ... así fue solicitado como Asociación Pública de Fieles Laicos, ante la Congregación para la vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCVSA) y fue aprobado el 20 de noviembre de 2012.

Y BARRANQUERAS, SABÉS DONDE QUEDA? en el continente americano, en América del Sur, en ARGENTINA, y es parte de la Provincia del CHACO.

Algunas de las imágenes que acompañan las diferentes entradas de este Blog pueden provenir de fuentes anónimas de la red y se desconoce su autoría. Si alguna de ellas tiene derechos reservados, o Ud. es el titular y quiere ser reconocido, o desea que sea quitada, contacte conmigo. Muchas gracias


lunes, 3 de julio de 2023

“SEMBRAR” LA VIRGEN , CASA DE LOS OBLATOS






La compra de la “Casa de los Oblatos”
Los meses transcurrieron en un clima de renovado “deseo de hacer”. La afirmación - por así decir - “canónica” contra los adversarios y detractores daba nuevo impulso a los espíritus; sin embargo, no había margen para ningún triunfalismo. Alegría íntima, sí: la Obra había sido aprobada... ¡y era primavera!
Todos los aspectos de las cosas recuperaban su belleza, y además, ¡era la primavera de la Obra! Pero, de pronto, reaparecen las circunstancias difíciles, el banco de pruebas para esa alegría y ese celo. En el cercano 1904 caducaba la concesión que la Comuna de Tortona había hecho para el “Santa Clara”. Fuese o no por necesidad real, la Comuna misma pidió la casa con un preaviso de año y medio.
Había que desalojar. Don Orione hizo un recuento de los muchachos: trescientos.
Desalojar, por lo tanto, a trescientos diez, porque debía contarse también al personal directivo y auxiliar. Con sus trescientos, Leónidas detuvo a Jerjes en las Termópilas, pero Don Orione, con sus trescientos diez no podía detener al municipio de Tortona. Fue entonces cuando despertó en él el deseo de cierta casa grande, restaurada, limpia, que estaba allí, a dos pasos y esperaba llamativamente a alguien dispuesto a usarla. Se trataba de la “Casa de los Oblatos” preparada con tanto amor y tanta esperanza por el Obispo para un grupito ideal de sacerdotes escogidos, “entregados” a una tarea decididamente superior. Tal había sido el sueño de Monseñor Bandi, pero no pasó de un sueño. Transcurrido el tiempo, consumada la desilusión - aceptada por amor de Dios -, Monseñor estaría dispuesto, quizá, a vender su hermosa casa para saldar las deudas contraídas debido al Seminario de Stazzano. Y Don Orione, sabiéndolo - o intuyéndolo - se dirigía a la Virgen: - ¡Oh, Virgen Santa, si es posible, dame esa casa para mis muchachos!
Mientras tanto, más de una vez tuvo efecto este diálogo con el Obispo:
- ¡Excelencia, véndame la casa! - Sí... - respondía el Obispo con cierta sonrisa atribulada que lo caracterizaba -, sí: te la vendo. Y luego, tú, ¿con qué me la pagas?
- Pero, al fin y al cabo, la Providencia ayudará... Y la conversación concluía melancólicamente. Mientras tanto, los días transcurrían y se navegaba hacia el temido 1904, año de vencimiento del contrato. En cierto momento se presentó una benefactora, la condesa Agazzini de Ameno, quien se ofreció a comprar el edificio del “Santa Clara”. Don Orione respiró, informó en seguida al Obispo y estudiaron juntos el proyecto que, sin embargo, parecía irrealizable; finalmente, el Obispo se mostró adverso y la situación quedó como estaba. Don Orione creía estar caminando, caminando bajo un cielo cada vez más cargado de nubes; le parecía andar hacia la tormenta que se iba desencadenar puntualmente en el famoso 1904.
Un día, pasando por el jardín de la “Casa de los Oblatos”, sintió con más fuerza que nunca la necesidad de contar con ese edificio y tuvo una idea: tomó una estatuita de la Virgen, la cubrió con dos tejas y - palabras textuales de Don Orione - “sembró la Virgen en un ángulo del huerto...”.
Pasó algún tiempo. El Obispo se sintió inclinado otra vez a darle el edificio, a pesar de que los obstáculos subsistían. El 4 de mayo de 1904 se llegó a un acuerdo con condiciones fijas para una futura compra-venta; parecía haberse dado un primer paso estable, pero muy particular, entre dos generosos: uno imbuido del deseo de comprar para sus cientos y tantos muchachos, pero desprovisto de dinero; el otro, ansioso por donar la casa, pero con las manos atadas por la necesidad de dinero para pagar las deudas contraídas. estos dos grandes señores de la caridad realizaron un contrato, estipularon de palabra para el futuro, y el Obispo concedió a Don Orione el permiso utópico de construir un piso alto. Mientras tanto, las cosas siguieron tal cual, y fue necesario que la Obra de la Divina Providencia pidiese al municipio una prórroga del desalojo, cosa que obtuvo providencialmente. Sin embargo, la simiente germinaba. Un día se presentó la señora Francesca Zurletti, una benefactora alejandrina que ofreció nada menos que veinte mil liras. Se pasó rápidamente, con los ojos desorbitados por el estupor y la conmoción, a la tasación del inmueble que, para decir poco y no faltar a la más estricta justicia, fue valuado en veinticinco mil liras; mientras el Obispo se disponía a pedir a Roma el permiso para el traspaso, surgieron otras dificultades respecto a las modalidades de la transferencia de la propiedad, y Don Orione escribió una carta que vale la pena trascribir: “...Le repito de rodillas que, abandonado por entero en manos de Dios, no tuve otra voluntad ni otro deseo que el de no estimar en menos la santa vocación y el espíritu del Instituto, que usted bendijo y aprobó, y el de ser siempre su pobre perro fiel. La Obra, por su naturaleza, no puede ser reducida a un asunto de ladrillos ni a ninguna otra cosa. Usted me dice que el convenio no está firmado aún, pero le digo que aunque hubiesen sido cien firmas y yo hubiera sabido que usted se había arrepentido, se lo habría llevado de inmediato... Quiero ser como masa de una sustancia sin resistencia, que usted pueda poner a verter donde quiera y en su mano como una varita que pudiera hacer girar de acuerdo con la inspiración que le trasmite Dios, y ponerla donde le guste y romperla como le pareciera. Nunca, jamás he pedido una verdadera cesión perpetua de la Casa, tomada en su sentido humano y legal; no, sino una cosa in Domino, in Domino, in Domino, un Decreto, otra fórmula incluso más solemne, si la encuentra usted, magna expresión de fe y de caridad. Le dije que, si tuviese un palacio nada me consolaría excepto el Señor con su Divina Providencia...”.
Las tratativas avanzaron; el 4 de julio de 1905, Pío X acogió el pedido del Obispo, lo autorizó a vender la Casa de los Oblatos a la Obra de la Divina Providencia al precio de veinticinco mil liras que se usarían para la exención de los gravámenes del seminario, uniendo y cediendo a la Obra de la Divina Providencia el beneficio parroquial de San Miguel, agregado ya a la Casa de los Oblatas por rescrito de la Sagrada Congregación del Concilio el 1º de febrero de 1893. Las cosas maduraban. 
Se fijó como fecha de pago el 20 de octubre, y Don Orione, suspenso entre la alegría y el sentido de la realidad, volvió a contar sus veinte mil liras... ¡no faltaban más que cinco mil! Un sacerdote amigo suyo, Don Inocencio Zanalda, párroco de Santa María de la Versa, le escribió por esos días pidiéndole admitiera en el “Santa Clara” a un jovencito.
 El 12 de octubre Don Orione respondió, desde Roma, que aceptaba al muchacho, pero que se veía obligado, él, tan reacio en general, a pedirle que, si podía pagar algo, que pagase: “¿Sabes por qué te digo esto? Porque como te habrás enterado, le compré al Obispo la Casa de los Oblatos en 25.000 liras. Pero resulta que ahora me veo envuelto en un gran embrollo porque confiaba en la palabra de un sacerdote de enviarme las 5.000 liras restantes. Me falló, o al menos por ahora no puede pagarme. Y te confieso que me encuentro ante graves problemas. Por eso te digo que, si el muchacho puede pagar aunque sea un poco, que lo pague...”.
Don Zanalda metió mano en su cartera y envió las cinco mil liras. Don Orione no terminaba de darle gracias en lo más íntimo de su corazón, pero más aún le agradeció a la Virgen, y lo hizo de un modo que puede parecer extravagante, pero que fue realmente espontáneo y, al mismo tiempo, revela un rasgo particular del estilo del fundador y de su forma de comunicarse con el prójimo: un estilo que surgía con libertad y seguridad de un entusiasmo purísimo y profundo, y no obstante parecía teñido de una astucia casi jocosa, aunque válida. Había en este gran religioso un modo espontáneo, ágil, casi jovial de guiñarle el ojo al adversario, a los detractores, a cuantos procuraban interponer un obstáculo cuando él tomaba una iniciativa toda amor, toda fuego, y aparentemente desprovista de sentido práctico. En tales circunstancias aparecía el Don Orione integral, inflexible pero ductilísimo, dotado de una fuerza gigantesca para la realización de sus iniciativas, y al mismo tiempo humilde, complaciente, casi proteico para las soluciones, hasta el punto de desorientar a los antagonistas rígidos; y dotado además de un buen humor muy especial que le permitía confiar sonriendo y oponiéndose a todos y resolver las dificultades aparentemente casi jugando. 
Un Don Orione adulto y niño que veía - las circunstancias más arduas, con los ojos de una infancia abandonada en Dios, gozosa en Dios, imperturbable en el corazón de Jesús. Esta era su fuerza, ese poder de persuasión que cuando los otros menos lo esperaban irrumpía desde su corazón en lo más denso de la controversia y lo resolvía todo. Nos atrevemos a decir algo más: el buen humor orionino, que resolvía miles y miles de cuestiones, alguna vez, frente a un oponente vencido, se coloreaba con un leve y cordial: “¡Te la hice, pero estemos alegres, porque también es bueno para ti si Dios fue servido!”. “En esos meses - cuenta el mismo Don Orione - se habían terminado los trabajos de refacción y edificación de un piso alto de la casa recién adquirida. Debían ser inaugurados para el comienzo del año escolar 1905-1906. “Hice poner, entre la arcada y las vigas, no totalmente sacadas, el cuadro de la Virgen del Buen Consejo que nos había sido donado por el mismo Monseñor Novelli, y que luego se mandó a San Remo. Le pegué los billetes de mil - inclusive los corté por la mitad para que alcanzasen - y los dispuse como una aureola alrededor del cuadro.
“En esa época todo el clero me miraba con desconfianza; sólo se me acercaban Monseñor Novelli y Monseñor Carlo Perosi; los otros me escapaban. Vino Monseñor Novelli, y cuando se puso delante de la Virgen del Buen Consejo vio todo ese dinero que tapizaba el cuadro. Se quedó maravillado, y en clase de teología del seminario le gustaba contar la visita hecha a la Casa de la Providencia y el dinero que había visto, de modo que, aunque las deudas siguieron existiendo, la idea de la ruina por quiebra se disipó...”. “Se la había hecho a los incrédulos, a los murmuradores profetas de desgracias... Y debió sentir esa alegría en plenitud si escribió para el folleto de la Obra el siguiente esbozo de artículo, después que, por fin, hubo estipulado el contrato regular de compra de la Casa de los Oblatos para el 15 de noviembre de 1905.

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