QUEREMOS ARDER DE FE Y CARIDAD
en una Iglesia “en conversión” (espiritualidad
eclesial)
(Escritos,
vol.57 –tomo 51) está tomada de los Escritos de Don Orione recopilados al fin
de su vida, como prueba de lo que vivió directamente, y como testamento
trasmitido a todos
nosotros.
Él mismo era el
primero en “arder de fe y de caridad”!
Esta exhortación es todavía actual, En
ellas se descubre
que toda la
vida de Don
Orione fue donada al
prójimo para amar y salvar a las personas de todas las
extracciones sociales, pero en particular a los “pobres que son Jesucristo”.
Es una página
escrita a mano,
una minuta sin
título, sin signos
de puntuación, con algunas correcciones, un conjunto de frases
significativas preparadas tal vez para un discurso del año 1939, último
período de su
vida. Muchas veces
Don Orione pronunció
estas frases en
público para reavivar el alma de las personas.
Estamos al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Europa
estaba dividida ideológicamente. Italia, que
estaba oprimida por
una prolongada dictadura,
preparaba inconscientemente al
pueblo para la guerra
incipiente, el territorio tortonés era
teatro de luchas
sociales entre los
peones rurales y los
propietarios de la
tierra, entre los
proletarios y los
patrones de las
fábricas. Don Orione sensibilizaba constantemente a sus
clérigos sobre la situación de aquel tiempo.
Cuando Polonia
fue invadida por las tropas alemanas, el Santo Fundador,
expuso la bandera de esa nación
en su habitación
e invitó a
sus clérigos polacos
a retornar a
su tierra de
origen con un gran sentido cívico y patriótico.
En este contexto
histórico, social, político
y cultural, Don
Orione que había regresado de
América, con un precario estado de salud, pero con una
Congregación eficiente y preparada para los eventos que se avecinaban, se puso
como siempre “a la cabeza de los
tiempos”
como sacerdote de frontera, incitando
a los cristianos
a creer en Dios
y en la
caridad hacia el
prójimo para evitar catástrofes más graves.
Hay una gran
sintonía entre las
enseñanzas de la
Iglesia, sobre todo
del Papa Francisco
y don Orione ,en lo que respecta
a la vida cristiana vivida según el
Evangelio, vida que se fundamenta en el precepto del amor y demuestra que la Fe
en Dios se concretiza en el amor activo
hacia el prójimo necesitado, vivificando así la Caridad.
La Iglesia en
salida es una
Iglesia con las
puertas abiertas. De
estas puertas es
necesario salir
para ir al encuentro de los otros hermanos, con el fin
de mirarlos a los ojos, escucharlos y ayudarlos.
Ya Don Orione invitaba a sus colaboradores a “salir de
la sacristía” para encontrar directamente al prójimo.
La Iglesia está
llamada a ser siempre casa abierta del Padre. En la parábola
evangélica del hijo pródigo, el
viejo padre deja
la puerta abierta a la
espera del retorno
del hijo, de
modo que pueda entrar sin dificultad para reencausarse en el camino justo.Todos
tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de
anunciarlo con alegría, sin excluir
a ninguno.
Sólo así la
Iglesia puede crecer,
no por proselitismo, sino por
atracción del Evangelio que lleva la alegría misionera a quien lo pone en
práctica.
Extracto de proyecto formativo del MLO
46. La Iglesia «en salida» es una
Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las
periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido.
Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar
a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se
quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se
queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin
dificultad.
47. La Iglesia está llamada a ser siempre la
casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener
templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien
quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se
encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que
tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida
eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los
sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo
cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La
Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un
premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los
débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que
estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas.
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