46. La Iglesia «en salida» es una
Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las
periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido.
Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar
a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se
quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se
queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin
dificultad.
47. La Iglesia está llamada a ser siempre la
casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener
templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien
quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se
encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que
tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida
eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los
sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo
cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La
Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un
premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los
débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que
estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas.
ESPÍRITUS ACTIVOS Y CONTEMPLATIVOS
Debemos ser santos, pero hacernos tales santos
que nuestra santidad no pertenezca solamente al
culto de los fieles,
ni esté solo en la Iglesia,
sino que trascienda y arroje en la sociedad
tanto esplendor de luz, tanta vida de amor de
Dios y de los hombres,
para ser, más que los santos de la Iglesia,
los santos del pueblo y de la salvación social.
Debemos ser una profundísima vena de
espiritualidad mística
que invada todos los estratos sociales,
espíritus contemplativos y activos,
"siervos de Cristo y de los pobres".
Llevemos con nosotros y bien dentro de nosotros
el divino tesoro de aquella caridad que es
Dios,
y aunque debamos andar entre la gente,
conservemos en el corazón aquel celestial
silencio
que ningún ruido del mundo puede romper,
y la celda inviolada del humilde conocimiento
de nosotros mismos,
donde el alma habla con los ángeles y con Dios.
(Don
Orione, Apuntes de 1939, Scritti 57, p.104b)
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