Hoy, en el mundo entero, se celebra la “Navidad”, la “Sagrada Noche” del “nacimiento de Jesús”. Y en todas partes hay una alegría serena, una gran, universal alegría.
Es la dulzura de Dios que se hace sentir, es la santa potencia de la bondad del Señor, que es más grande, ¡oh, sí! mucho más grande y duradera que el ruido de todas las batallas de este mundo, de todos los conquistadores de esta pobre tierra.
La bondad del Señor nos atrae sacándonos de entre los áridos y dolorosos extravíos de la vida; la celeste claridad de esta mística noche santa de Navidad atrae hasta a las almas más alejadas –caminantes extraviados o desfallecientes–, como atrae la claridad de la casa paterna en el bosque oscuro.
¡Oh, divina luz del Niño Jesús! ¡Ah, suave y santa bondad de Dios y de la Iglesia de Dios!
Hermanos, seamos buenos con la bondad del Señor y de esa manera no temáis nunca que vuestra obra se pierda: toda palabra buena es soplo de Dios; todo santo y gran amor de Dios y de los hombres es inmortal.
La bondad vence siempre; a ella se le rinde un culto secreto aun en los corazones más fríos, más solitarios, más lejanos. El amor vence al odio; el bien vence al mal; la luz vence a las tinieblas. Todo el odio, todo el mal, todas las tinieblas de este mundo, ¿qué son ante la luz de esta noche de Navidad? ¡Nada!
¡Delante de Jesús, y de Jesús Niño, son realmente nada!
¡Reconfortémonos y exultemos en el Señor! La efusión del Corazón de Dios no se pierde por los males de la tierra, y el último en vencer es El, será el Señor. ¡Y el Señor vence siempre con la misericordia!
El que vence de otra manera pasa y no se habla más de él. Pasan los reyes, pasan los conquistadores de la tierra, caen las ciudades, caen los reinos; polvo y hierba cubren el fausto y las grandezas de los hombres y los vientos y las lluvias destruyen los monumentos de sus civilizaciones. “...Los bueyes –en las urnas de los héroes– apagan la sed”, cantó Zanella.
Todo pasa, sólo Cristo permanece. Es Dios, y permanece. Permanece para iluminarnos, para consolarnos, para darnos con su vida su misericordia. ¡Jesús permanece y vence, pero con la misericordia!
¡Bendito sea eternamente tu nombre, oh Jesús!
Sac. Orione d.D.P.
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