Mientras tanto, los días transcurrían y se navegaba hacia el temido 1904, año de vencimiento del contrato. En cierto momento se presentó una benefactora, la condesa Agazzini de Ameno, quien se ofreció a comprar el edificio del "Santa Clara".
Don Orione respiró, informó en seguida al Obispo y estudiaron juntos el proyecto que, sin embargo, parecía irrealizable; finalmente, el Obispo se mostró adverso y la situación quedó como estaba. Don Orione creía estar caminando, caminando bajo uncielo cada vez más cargado de nubes; le parecía andar hacia la tormenta que se iba desencadenar puntualmente en el famoso 1904.
|p2 Un día, pasando por el jardín de la "Casa de los Oblatos", sintió con más fuerza que nunca la necesidad de contar con ese edificio y tuvo una idea: tomó una estauita de la Virgen, la cubrió con dos tejas y - palabras textuales de Don Orione - "sembró la Virgen en un ángulo del huerto...".
Pasó algún tiempo. El Obispo se sintió inclinado otra vez a darle el edificio, a pesar de que los obstáculos subsistían.
El 4 de mayo de 1904 se llegó a un acuerdo con condiciones fijas para una futura compra-venta; parecía haberse dado un primer paso estable, pero muy particular, entre dos generosos: uno imbuido del deseo de comprar para sus cientos y tantos muchachos, pero desprovisto de dinero; el otro, ansioso por donar la casa, pero con las manos atadas por la necesidad de dinero para pagar las deudas contraídas. estos dos grandes señores de la caridad realizaron un contrato, estipularon de palabra para el futuro, y el Obispo concedió a Don Orione el permiso utópico de construir un piso alto. Mientras tanto, las cosas siguieron tal cual, y fue necesario que la Obra de la Divina Providencia pidiese al municipio una prórroga del desalojo, cosa que obtuvo providencialmente.
Sin embargo, la simiente germinaba. Un día se presentó la señora Francesca Zurletti, una benefactora alejandrina que ofreció nada menos que veinte mil liras. Se pasó rápidamente, con los ojos desorbitados por el estupor y la conmoción, a la tasación del inmueble que, para decir poco y no faltar a la más
estricta justicia, fue valuado en veinticinco mil liras; mientras el Obispo se disponía a pedir a Roma el permiso para el traspaso, surgieron otras dificultades respecto a las
modalidades de la transferencia de la propiedad, y Don Orione escribió una carta que vale la pena trascribir:
"...Le repito de rodillas que, abandonado por entero en manos de Dios, no tuve otra voluntad ni otro deseo que el de no estimar en menos la santa vocación y el espíritu del Instituto, que usted bendijo y aprobó, y el de ser siempre su pobre perro fiel. La Obra, por su naturaleza, no puede ser reducida a un asunto de ladrillos ni a ninguna otra cosa. Usted me dice que el convenio no está firmado aún, pero le digo que aunque hubiesen sido cien firmas y yo hubiera sabido que usted se había arrepentido, se lo habría llevado de inmediato... Quiero ser como masa de una sustancia sin resistencia, que usted pueda poner a verter donde quiera y en su mano como una varita que pudiera hacer girar de acuerdo con la inspiración que le trasmite Dios, y ponerla donde le guste y romperla como le pareciera. Nunca, jamás he pedido una verdadera cesión perpetua de la Casa, tomada en su sentido humano y legal; no, sino una cosa in Domino, in Domino, in Domino, un Decreto, otra fórmula incluso más solemne, si la encuentra usted, magna expresión de fe y de caridad. Le dije que, si tuviese un palacio nada me consolaría excepto el Señor con su Divina Providencia...".
cap, 18 Papasogli
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