Hermanos, no dejemos que nuestro espíritu decaiga: ¡tengamos fe, más fe! ¿Qué cosa nos falta un poco a todos, a todos nosotros, hoy, para dedicarnos, en nombre de Dios y en unión con Cristo, a salvar el mundo e impedir que el pueblo se aleje de la Iglesia? ¿Qué cosa nos falta para que la caridad, la justicia, la verdad no sean vencidas y vuelvan al seno de Dios maldiciendo a la humanidad, que se negó a fructificar? ¡Nos falta la fe! "Si tienen fe como un grano de mostaza, ha dicho Jesús, dirían a este monte: 'Desplázate de aquí allá', y se desplazará, y nada les será imposible" (cfr. Mt 17,20). ¡Fe, hermanos, más fe! ¿Quién de nosotros cree que se pueden transportar las montañas, sanar los pueblos, hacer triunfar la justicia en el mundo, hacer resplandecer la verdad en el espíritu humano, unir en la caridad de Cristo a toda la tierra? ¿Dónde están estos creyentes? ¡Más fe, hermanos, hace falta más fe! Falta la fe en aquéllos que hay que salvar, y falta a veces - con cuánto dolor del alma digo esto -, falta o languidece la fe en mí y también en algunos de nosotros que queremos iluminar y salvar a la gente, o creemos que lo queremos. Seamos sinceros. ¿Por qué no siempre renovamos la sociedad ni tenemos la fuerza para arrastrar? ¡Nos falta la fe, una fe ardiente! Vivimos poco de Dios y mucho del mundo: vivimos una vida espiritual tísica, falta esa auténtica vida de fe y de Cristo en nosotros, que lleva en sí toda la aspiración a la verdad y al progreso social; que penetra todo y a todos, y llega hasta los trabajadores más humildes. Nos falta esa fe que hace de la vida un apostolado ferviente en favor de los miserables y oprimidos, como toda la vida y el evangelio de Jesucristo. ¡Este es el problema! Si hoy queremos hacer algo útil para que el mundo vuelva a la luz y a la civilidad y para la renovación de la vida pública y privada, es necesario que resucite la fe en nosotros y nos despierte de este sueño que es más muerte que sueño; hace falta un gran renacimiento de fe, y que nazcan del corazón de la Iglesia los changadores de Dios y sembradores de la fe, nuevos y humildes discípulos de Cristo y almas vibrantes de fe. Tiene que ser una fe aplicada a la vida. Hace falta espíritu de fe, ardor de fe, impulso de fe; fe de amor, caridad de fe, ¡sacrificio de fe! La oración que se impone es ésta: "Aumenta, Señor, nuestra fe".
Don Orione
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