Don Orione, viendo su talante pionero, en 1930 envió a España al padre Riccardo Gil con el mandato de abrir allí una avanzada de su joven Congregación. Empezó en la extrema pobreza, como orionita: el Evangelio, las obras de caridad y una gran confianza en la Divina Providencia.
Para España, estos fueron los años oscuros de terrible malestar social y persecución religiosa. Cuando, en julio de 1936, la tempestad anarquista y comunista sacudió aquellas regiones trayendo desolación y muerte, el padre Gil fue respetado hasta el final porque se preocupó por los pobres. En dos ocasiones, los milicianos fueron a su casa a eliminarlo como a tantos otros. En dos ocasiones intervino la gente del barrio, diciendo: "¡Él es bueno, ayuda a los pobres, nuestros niños comen porque él está aquí!". La tercera vez, el 3 de agosto, cerraron el tema: "¡Son los buenos los que buscamos!".
Un joven aspirante, Antonio Arrué Peiró, al regresar a la casa vio el camión en el que se llevaba al Padre. El no dudó ni un momento, corrió hacia él y quería quedarse con él. Fueron llevados juntos al Saler de Valencia. Fusilaron al padre Gil, que ante la propuesta blasfema de gritar "Viva la Anarquía" prefirió profesar "Viva Cristo Rey". Antonio -según el relato de un guardia- al ver caer al Padre, saltó junto a él para sostenerlo. Los guardias comunistas le aplastaron el cráneo con las culatas de los rifles.
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