En Mayo de 1924, Don Orione adquirió el vetusto Colegio San Jorge, fundado en 1649 y mantenido, durante siglos, por los Padres Somascos.
En 1902, éstos se vieron obligados a retirarse por razones políticas, dejando el Colegio en manos laicas, de dudosa orientación religiosa.
Muy pronto, las condiciones del establecimiento empeoraron. Salas de clases cerradas, parte de los locales alquilados, otros convertidos en bodegas; la Capilla a medio demoler y transformada en depósito. En la planta baja funciona una oficina del correo.
Con el correr de los años, el edificio había comenzado a caerse en pedazos.
A Don Orione le penaba esa negligencia y esa ruina. Se presentó ante el Municipio y entabló gestiones que, entre escollos y vendavales, finalmente llegaron a buen puerto.
Una hermosa mañana el Sacerdote se hizo la señal de la Cruz y marchó a firmar el contrato de compra, al palacio comunal.
Allí estaban todos los miembros de la Junta Comunal, frente a él, reunidos en la gran sala del Consejo.
Se trataba de bosquejar el contrato, firmarlo y asumir un compromiso por unas ruinas, gloriosas, pero ruinas al fin, sin alma.
El momento era solemne. El Fundador se levantó de su asiento y dijo:
“Yo soy un pobre Sacerdote, un estropajo de Dios y no sé hacer nada sin su ayuda. Permítanme que invoque a la Virgen, a vuestra Protectora: la Virgen de las lágrimas.
Invoquémosla juntos, antes de poner nuestras firmas. Sus antepasados pusieron en sus manos las llaves de plata de la ciudad”.
Así diciendo, ante las miradas asombradas de todos, se santiguó. Los presentes, sugestionados, se levantaron también y se santiguaron.
Luego entonó el “Dios te salve, María” y ellos, conquistados, lo secundaron.
“¡Ahora, sí!”, dijo levantando la pluma; “¡Ahora, sí, firmo seguro!”.
Y, después de haber estampado su nombre en el contrato, sonrió cordialmente a la Autoridades presentes.
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