¿Por qué "Año Santo"?
El Jubileo también se llama "Año Santo".
Aclaremos primero el significado de "santidad". Dios exhorta al pueblo elegido: “Sean santos porque yo soy santo” (Lv 11,45; 19,2: un recordatorio retomado por Jesús: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” en Mateo 5:48 y de Pedro: «Como el Santo que os llamó, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta» (1 Pedro 1:15-16), revelándonos dos verdades complementarias: primero, que la «santidad» es la característica esencial de Dios (proclamamos «Santo» tres veces durante la Misa); y segundo, que, dado que también nosotros llevamos su santidad en nuestro ADN —dado que somos sus hijos, creados a su imagen y semejanza—, debemos tener el deseo y la alegría de vivir como el Padre, teniendo plena capacidad para hacerlo: «La santidad es una vocación para todos» (Papa Francisco).
Cuando el Verbo de Dios se encarnó, introdujo su eternidad en el tiempo, redimiendo y santificando el tiempo mismo. Como ya se dijo, desde ese momento comenzó —y continúa— el Año de gracia del Señor.
El Año Jubilar es, por tanto, una ocasión especial no solo para conmemorar con gratitud la salvación y la santificación de la humanidad, sino sobre todo para promover la santidad de vida de cada uno de nosotros, desde la auténtica conversión hasta la consolidación de la fe, desde el testimonio creíble hasta el compromiso concreto con las obras de misericordia. «El Jubileo no deja a nadie en paz, ni tampoco la llamada a la reforma interior. Debemos reanudar el examen de conciencia, reconsiderar los beneficios recibidos de Dios, recordar las numerosas promesas hechas, repensar nuestros deberes, cambiar muchas de nuestras preferencias de pensamiento y de acción, y, finalmente, creer que aún es posible, con la ayuda divina, ser mejores. No esperemos más» (San Pablo VI).
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