Al regresar de Génova, la noche del 8 de febrero de 1940,
se aferra a la baranda para subir las escaleras que llevan a la dirección; debe
detenerse casi en cada escalón y responde con una forzada sonrisa a quienes lo
saludan. Se esfuerza por comer algo en la cena, para tranquilizar a los otros.
Va a
descansar y pasa una mala noche. Hacia las cuatro y media se difunde una voz
preocupada: "¡Don Orione está mal!". Se encienden las luces de la
Casa Matriz antes del amanecer.
La
"Crónica" narra: uno de los enfermeros oyó en la habitación un ligero
ruido, luego un gemido sofocado; acude y encuentra a Don Orione en el lecho,
jadeante, transpirado, presa de un violento ataque. Le prodiga los primeros
auxilios y luego corre a avisar a Don Sterpi y a los otros sacerdotes de la
casa. Ponen al moribundo, envuelto en las mantas, sobre una poltrona, para
facilitarle la respiración; se lo mantiene erguido y se lo ayuda con oxígeno.
El rostro, cadavérico, azuloso, la respiración entrecortada. De tanto en tanto,
dirige los ojos al cielo, invocando, varias veces: "Jesús, Jesús...".
La pequeña habitación de Don Orione se llena de sacerdotes: Don Sterpi, Don
Bariani y otros. Mientras todos se mueven ansiosos a su alrededor, llega el
doctor Codevilla, médico de la Casa matriz; al ver a Don Orione, prorrumpe en
llanto; de inmediato le hace las curaciones necesarias. Los clérigos, inquietos
y tristes, son mantenidos en el umbral.
Después
de un rato, parece volver en sí y murmura: "El Santo Viático". Don
Camilo Bruno, párroco de San Miguel, corre a la sacristía y mientras tanto se
prepara el cuartito. El enfermo recibe el Santísimo con viva piedad, con
conciencia, aunque no puede hablar; advierte todo, reconoce a todos. Unos
instantes después pide la Extremaunción, que Don Bruno le administra de
inmediato. Mientras tanto los clérigos ingresan lentamente a la capilla y
rezan.
Finalmente
el enfermo mueve la cabeza, que había abandonado sobre el pecho, levanta los
ojos, llenos de gratitud. Luego dice: "Estoy mejor", y fatigosamente
invita a recitar la Salve Regina y a los sacerdotes a celebrar según su
intención. Cuando llega, jadeando, Don Perduca, enfermo de las piernas, Don
Orione, al verlo, dice en un susurro: "Pero, ¿por qué habéis venido? ¿Cómo
estáis? Cuidaos... Id a reposar".
La
mañana transcurre en plegarias especiales, en todas las casas de Tortona y de
Italia. Don Sterpi, al comprender que el peligro inmediato desapareció,
consiente en trasladar a Don Orione a otra habitación, llamada del reloj, pared
por medio con la capilla. A la siesta, nueva zozobra, porque la crisis se
repite. Llega el profesor Manai, director del hospital de Alejandría, y le
practica una sangría; hacia la noche puede decirse que se conjuró el temor de
una catástrofe.
En
los corazones renace la esperanza. Tres días después, Don Orione expresa el
deseo de escribir a sus hijos de América. Está sumamente débil: un mínimo
esfuerzo sería contraproducente. Insiste: "En la enfermería - dice con un
hilo de voz - debe haber una mesita con una ménsula móvil; así podré trabajar
desde la cama...". Temen por él y se lo cuentan a Don Sterpi, quien pide
le rueguen quedarse tranquilo por unos días.
La
invitación se pronuncia con palabras de afligida emoción. Una sombra de
tristeza vela el rostro de Don Orione; luego los ojos se le encienden;
"Díganle a Don Sterpi que renuncio a la salud, a la vida, pero que quiero
cumplir con mi deber hasta el final...".
Trata
de escribir algunas líneas. "No puedo", suspira: la lapicera se le
cae de la mano. "Escribe tú", pide al joven
Zambarbieri, pasándole el papel.
Y le
dicta hasta bien entrada la noche una carta de muchas páginas para sus hermanos
de las Casas de América. Comienza así:
"Os
escribo con un pie en la tumba y quisiera que recibáis estas palabras como de
uno que está por morir...". Son las últimas disposiciones para aquellas
Casas, el testamento espiritual para sus hijos lejanos.
|p3 Después de algunos días, Don Orione obtuvo el
permiso de levantarse. Se sentía mejor. El 20 de febrero celebró Misa junto con
sus clérigos a las 5,30 de la mañana. Tomó frío y contrajo una bronquitis, que
lo postró durante diez días.
Se
inició entonces una controversia entre Don Sterpi y los médicos por un lado, y
Don Orione, por el otro; en realidad, Don Sterpi era apoyado por toda la
Congregación y el objetivo era que Don Orione se cuidase.
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