Carta confidencial a los Hijos de la Divina Providencia, a los antiguos alumnos y a los bienechores
Tortona, Pentecostés de 1912.
Queridísimos en Jesucristo:
El
19 de abril de este año será un día de eterna recordación. Eran las 12
cuando fuí introducido a la presencia de nuestro Santo Padre Pío X, en
audiencia privada.
Allí
estaba él en su estudio, todo blanco y sonriente, de pie ante su mesa
de trabajo, puesta en mí la mirada llena de dulcísimo amor. Yo sentía
una apremiante necesidad de postrarme a sus pies y de escucharlo acerca
de muchas cosas, a pesar de haberlo visto, pocos días antes, el Jueves
Santo, 4 de abril cuando obtuviera asistir a su Misa y satisfacer mi
vivo deseo de recibir la Comunión Pascual de sus veneradas manos. Así
pues, me he arrodillado ante él con todo el amor de hijo, besándole
afectuosímamente el Pie y la Mano. El Papa se sentó, y con toda su
bondad de Padre quiso que me sentara a su lado y lo informase, y con
mucho afecto pidió noticias, hasta muy detalladas, acerca de la naciente
Congregación. También en esta ocasión, como siempre, se dignó mostrar
un amor especial para con la "Pequeña Obra de la Divina Providencia", y
en esto igualmente se evidencia la gran humildad del Vicario de Ntro.
Señor Jesucristo. Yo me hallaba enteramente confundido ante tanta
afabilidad; pero he podido referir lo que ustedes, oh mis queridos
hermanos: sacerdotes, ermitaños y coadjutores, hacen con la ayuda que
nos da la Providencia del Señor. Y obsevaba que el Santo Padre se
conmovía grandemente y se interesaba por nuestra pequeñez, ¡querido
Santo Padre! y por nuestra nada, y a cada buena noticia sonreía como
quien escucha cosas que le satisfacen y se alegra de ellas en Dios.
(...)
Acerca
pues de muchas cosas tenía necesidad de conocer con claridad la
voluntad de Dios, y por eso cuando me hallé ante el Santo Padre, sin
abandonar la suma reverencia que se le debe, animado por su bondad he
abierto al Papa el estado de mi ánimo, exponiéndole todo aquello que me
parecía deberle decir. Y la palabra del Vicario de Jesucristo llegó
hasta mí clara, precisa y plena de fe y de paternal bondad. (...)
En
aquellos santos momentos pues, viendo tanta confianza, tan paternal y
divina caridad en el Santo Padre hacia la Pequeña Obra, yo he osado
pedirle una gracia grandísima.
Y el Santo Padre me dijo sonriendo: - Veamos un poco en que consiste esta gracia grandísima.
Entonces
le he expuesto humildemente como siendo fin principal y fundamental de
nuestro Instituto el de dirigir todos nuestros pensamientos y nuestras
acciones al incremento y a la gloria de la Iglesia; para difundir y
arraigar primeramente en nuestros corazones, y luego en el corazón de
los pequeños el amor al Vicario de Cristo, le
rogaba, debiendo hacer los votos religiosos perpetuos, que se dignase
en su caridad recibirlos en sus propias manos, siendo y queriendo ser
este Instituto todo amor y cosa por entero del Papa.
Y
el Santo Padre, con cuanta consolación de mi alma jamás podré
expresarlo, me dijo enseguida y con mucho placer, que sí. Le dí las
gracias y la audiencia continuó. Pero ya terminada, pregunté a Su
Santidad cuando creía que debiera volver para emitir los santos votos. Y
entonces nuestro Santo Padre me respondió: "Pues enseguida".
¡Dios mío, qué momento aquél!
Me
arrojé de rodillas ante el Santo Padre. Le abracé y besé los pies
benditos. Saqué del bolsillo un librito que los pequeños Hijos de la
Divina Providencia conocerán, y que yo llevaba conmigo, presintiendo la
gracia. Lo abrí por donde está la fórmula de los santos votos, página en
que de ante mano había colocado una señal.
Pero
en aquel momento tan solemne y tan santo, recordé que, según las normas
canónicas, sería necesarios dos testigos, y los testigos faltaban, pues
la audiencia era particular y privada.
Entonces
levanté los ojos hacia el Santo Padre y osé decirle:
- Padre Santo,
como su Santidad sabe, se necesitarían dos testigos, a menos que su
santidad se digne dispensar.
Y
el Papa, mirándome dulcísimamente y con una sonrisa celestial en los
labios, me dijo: -
"Harán de testigos mi Angel Custodio y el tuyo!..."
¡Oh,
felicidad del Paraíso! Amado Señor Jesús, ¡cómo me has confundido por
aquel poco de amor que, con tu gracia, te he tenido a Tí y a tu Vicario
en la tierra! ¡Bendito seas eternamente, oh mi Señor, eternamente seas
bendito!
Postrado
pues, a los pies del Santo Padre Pío X como a los pies mismos de
Nuestro Señor Jesucristo (.....), he emitido mis votos religiosos
perpetuos, y una especial y solemne promesa; un explícito y verdadero
juramento de amor hasta la consumación de mi mismo y de fidelidad eterna
a los pies y en las manos del Vicario de Jesucristo. (...) Y dos
ángeles hacían de testigos; el ángel mismo de nuestro Santo Padre...
Antes
de salir de la audiencia, he dado las gracias a Su Santidad desde lo
más hondo del alma, y le he prometido que, con la ayuda del Señor,
habríamos de rogar siempre por Él y por la Santa Iglesia: ¡qué
estaríamos siempre con Él!, e imploré una bendición grande como grande
es su corazón, como es el Corazón de Dios, no sólo para mí, sino también
para ustedes, oh queridos Hijos míos de la Divina Providencia:
Sacerdotes, ermitaños, clérigos y coadjutores todos; para ustedes,
queridos y pequeños trabajadores de nuestras Colonias agrícolas; y para
ustedes, mis siempre inolvidables y queridísimos antiguos Alumnos de
todas las Casas. Y el Papa los bendijo a todos tiernísimamente. (....)
¡Ah, que la memoria de Pío X se conserve siempre y pase en bendición entre todos los Hijos de la Divina Providencia! (....)
Participemos
vivamente de las alegrías de la Iglesia y del Papa; de los dolores, las
esperanzas y los temores de la Iglesia y del Papa, sintiendo en todo y
por todo con la Iglesia y con el Papa.
¡El Papa! ¡He aquí nuestro credo, y el único credo de nuestra vida y de nuestro Instituto!
Sacerdote LUIS ORIONE
de la Divina Providencia
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