Confirmando esta específica dinámica
carismática, me vienen a la mente las palabras escuchadas al obispo
griego-católico de Oradea, Vasile Hossu, después de la caída del régimen
comunista en Rumania. Tienen el valor de una parábola carismática. “Un día,
viajando en auto con Don Lazzarin – nos contaba el Obispo - , nos detuvo la
policía, quien nos trató mal, y al saber
que yo era el Obispo, el desprecio fue mayor. Don Lazzarin , después de algunos
intentos de mejorar la relación con el policía hostil, dijo que tenía necesidad
urgente de llegar a Oradea, donde los esperaban los cohermanos y los chicos del
oratorio. “¿Oratorio? ¿Van a lo de Don Luis, el cura del oratorio?” – preguntó
el policía. ‘Si, somos sus cofrades’. El policia cambió el tono con nosotros y
se puso a hablarnos con benevolencia del oratorio, de los chicos. Miren? – concluyó Mons. Hossu dirigiéndose a
mí – la obra que ustedes hicieron en el oratorio, para los chicos y para los
pobres está volviendo amada y estimada toda la Iglesia de Oradea”.
Hechos como éstos revelan el dinamismo
específico del carisma orionita en la vida ordinaria: volver la Iglesia amada y estimada con el fin de que
pueda cumplir con su misión providencial de unir a Cristo.
Otro
insigne pastor de la Iglesia, el cardenal Paulo Evaristo Arns, arzobispo de San
Pablo del Brasil, hace años indicó nuestro Pequeño Cottolengo como destinatario
de las ofrendas “de la Campaña de la Fraternidad” organizada por la Conferencia
Episcopal. Definió aquella gran obra de caridad como “la abre puerta de la
Iglesia católica en la ciudad” porque ella creaba simpatía y acercaba el pueblo
a la Iglesia y sus Pastores.
Igual aprecio lo escuché en el mes de marzo
pasado a Mons. Anselmo Pecorari, Nuncio Apostólico en Uruguay. Animando el
camino del Pequeño Cottolengo orionita de Montevideo, me dijo: “El Pequeño
Cottolengo es conocido y apreciado en todo el Uruguay. Eso constituye una buena
carta de crédito de la Iglesia católica en una sociedad muy laica”.[14]
Todo esto responde a las intenciones de Don
Orione: “Hijos de la Divina Providencia, nosotros debemos palpitar y hacer
palpitar miles y miles de corazones alrededor del corazón del Papa: debemos
llevar especialmente a él los pequeños y los humildes trabajadores, tan
perseguidos; llevar al Papa los pobres, los afligidos, los rechazados, que son
los más queridos de Cristo y los verdaderos tesoros de la Iglesia de Jesucristo”.[15]
El artículo 118 de las Constituciones señala
bien esta dinámica apostólica. Después de haber insistido en la Providencia de
Dios, en la centralidad de la caridad de Cristo, en la preocupación de formar
los pequeños, los humildes, el pueblo en Cristo, propone de nuevo la expresión
querida por Don Orione: “llevemos sus corazones al Romano Pontifice, eje de la
obra de la Divina Providencia en el mundo”.
El CG 13 actualiza estas indicaciones pidiendo
“obrar como instrumentos de la Providencia de Dios para los pobres y
presentándose al pueblo como signo concreto de la maternidad de la Iglesia”
(n.13) y de “vivir la comunión con la Iglesia de la que proviene y a la que se
dirige nuestra caridad apostolica (n.9)”
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