Quien ama a Cristo no puede no amar aquellos que son amados por Cristo. Es una vía que no admite excepciones.
Todo el ministerio de Don Orione está entregado a las almas. No importa la fatiga, el cansancio, la sospecha, la calumnia. Se había propuesto ser “el cura de aquellos que no van a la iglesia” y toda su vida correrá detrás de los pecadores, a cualquier categoría que pertenezcan 43
A veces son sacerdotes, literatos, gente de gobierno, humildes paisanos. El es siempre un apóstol de todos.
En su viaje en barco (1934) hacia Latinoamérica, en ocasión del Congreso Eucarístico de Buenos Aires, se convierte en el confidente espiritual de los viajeros y en el largo trayecto se transforma en una auténtica misión popular. Estaba también en el barco el Cardenal Pacelli, futuro Pío XII, y otros importantes personajes que nunca olvidarán aquel viaje.44
En algunos apuntes de 1917 escribe: “La finalidad del sacerdocio es salvar las almas y correr detrás, especialmente de aquellas que, al alejarse de Dios, se van perdiendo. A ellas les debo una actitud preferencial, no de ternura sino de paternal consuelo y ayuda para su regreso dejando de lado, si es preciso, las otras almas menos necesitadas de asistencia. Jesús no vino para los justos, sino para los pecadores.
Por lo tanto, Dios mío, presérvame de la funesta ilusión, del diabólico engaño de que yo, como sacerdote, sólo deba ocuparme de quien acude a la Iglesia y a recibir los santos sacramentos, de las almas fieles y de las mujeres pías. Por cierto, mi ministerio se tornaría más fácil, más agradable, pero yo no viviría de aquel espíritu de caridad apostólica hacia las ovejitas descarriadas que brilla en todo el Evangelio. Sólo cuando esté deshecho de cansancio y muerto tres veces por correr tras los pecadores, sólo entonces podré buscar algún reposo entre los justos.
Que no olvide nunca que el ministerio que se me confió es ministerio de misericordia, y que utilice con mis hermanos pecadores un poco de aquella incansable caridad que tantas veces usaste con el alma mía, ¡gran Dios!” (“El Evangelio”, n. 17). Citado en Papasogli, 233-234.
Alguno recuerda que la gente permanecía en oración en la sala de espera, antes de encontrarse con aquel hombre de Dios, en Génova, Milán, en Buenos Aires y en otras ciudades sentían que en el hablar con él, Dios estaba más cercano.45
“Quisiera llegar a ser alimento espiritual para mis hermanos que tienen hambre y sed de verdad y de Dios.
Querría vestir de Dios a los desnudos, dar luz de Dios a los ciegos…querría hacerme siervo de los siervos distribuyendo mi vida a los más indigentes y abandonados.
¡Querría ser el loco de Cristo por mis hermanos! 46
No saber ver y amar en el mundo más que las almas de nuestros hermanos. Almas de pequeños, de pobres, de pecadores…; almas de justos, de desviados, de rebeldes a la voluntad de Dios; almas rebeldes a la Santa Iglesia de Cristo, alma de hijos degenerados, almas sometidas al dolor, almas errantes que buscan una vía, almas dolientes que buscan un refugio o una palabra de piedad.
Todas son amadas por Cristo, por todas Cristo ha muerto, a todas Cristo las quiere salvadas, entre sus brazos y su corazón atravesado.
¡Ponme Señor, ¡Señor, en la boca del infierno, para que yo, por tu misericordia, la cierre!”47
Tantas veces se escucha decir que son pocos los sacerdotes.
Y es sabido. Pero posiblemente se necesitaría agregar que son pocos los curas-apóstoles fervorosos de amor y de celo por las almas. No puede ser cierto una profesión como las otras el ser sacerdotes. El ejemplo de Don Orione impulsa a encarnar la vocación, la identidad sacerdotal: sacerdos alter Christus!
40 Ibíd., 110.
41 Ibíd., 118.
42 Don Orione utiliza esta expresión en una carta del 1º de agosto de 1936: “en veinte años de Episcopado le fui siempre como un perro fiel, lo amé más que a un padre, lo sostuve, lo defendí en todo aquello que se podía, fui devoto y unido a él” (Scritti 19, 42)
44 Ibíd., 315-317.
45 Ibíd., 317.
46 Un Profeta, 81-82.
47 Ibíd., 138-139.