ERA UN SACERDOTE “TODO DE DIOS”
No estaba todavía ordenado pero la Gracia ya lo había conquistado. Durante los años del seminario ya aparece alguna singularidad de su vida, como si se sintiera llamado a ser un cura de un modo diferente. El mismo es conciente y en algún escrito juvenil escribe que renuncia a la carrera, a la parroquia porque advierte que el Señor lo llama por otros caminos, de un modo diferente de encarnar la vocación.
Cuando se es todo de Dios se va al encuentro de muchos imprevistos, se es llamado a recorrer caminos no recorridos anteriormente, y toda la vida aparece como una gran aventura.
Dios no se repite nunca en sus santos y cada uno constituye una verdadera sorpresa para su Iglesia. No hay dos iguales. Es como si Dios se divirtiera a expresar en cada uno de ellos, su infinita variedad en el modelarnos a su imagen, sin nunca agotarse.
El ser “todo de Dios” ha sido una meta, fruto de una vida heroica sin titubeos o dobleces sobre sí mismo.
Llegó a ser “todo de Dios” después de largo trabajo de purificación siendo el artífice el Espíritu Santo, autor y artífice de nuestra santificación.
Nos sorprende cuando Don Orione escribe: “Vi que, en lugar de buscar en mi trabajo de gustar sólo a Dios, desde hacía años andaba mendigando la alabanza de los hombres, y estaba en continua búsqueda, en un continuo deseo que alguno me pudiera ver, apreciar, aplaudir y concluí: ¡es necesario comenzar una vida nueva, trabajar buscando sólo a Dios!”.1
Nos sorprende esta confesión juvenil porque nunca quien vivía junto a él podía admitir que hubiera otra intención en su elección sino aquella de gustar a su Señor.
Pero la luz de Dios es tan pura que cuando se refleja en el interior de los santos hace descubrir hasta las mínimas imperfecciones. ¡Hasta los santos se confiesan!
“¡Trabajar bajo la mirada de Dios, sólo de Dios! Como es útil y consolador el querer sólo a Dios por testigo.
Dios sólo, mis hijos, Dios sólo”.2
Don Orione es un hombre muy activo, lleno de celo infatigable, sin embargo, su corazón está siempre inmerso en Dios. Trabajar siempre, sin pararse, pero sin dejar su Dios.
“Jesús no vino para los justos sino para los pecadores.
Cierto, mi ministerio lograría ser más fácil, pero no viviría de aquel espíritu de apostólica caridad hacia las ovejas descarriadas, que resplandece en todo el Evangelio. Presérvame, Dios mío, de la funesta ilusión, del diabólico engaño que yo cura deba ocuparme sólo de quien viene a la iglesia y a los sacramentos, de las almas fieles y de las pías mujeres. Sólo cuando estaré agotado y tres veces muerto por correr detrás de los pecadores, sólo entonces podré buscar un poco de reposo entre los justos. ¡Qué no olvide nunca que el ministerio encomendado es ministerio de misericordia, y emplee con mis hermanos pecadores, un poco de aquella caridad, que tantas veces volcaste hacia mi alma, gran Dios!”.3
1 Don Orione, Un Profeta de nuestro tiempo. Las más bellas páginas de Don Orione, Buenos Aires, Pequeña Obra de la Divina Providencia, 20022 (en adelante: Un Profeta), 13
2 Un Profeta, 13-14.
3 Ibíd., 17-18.2 ENERO.