La siente como su Madre, como la emanación de Cristo, como la realización jamás finalizada del proyecto de Dios en el mundo; el eje sobre el cual se apoya el Instaurare omnia in Christo. Por esta Iglesia él está pronto a dar su sangre, la vida y todo su amor. Si la ve en peligro no escribe tratados de apologética o de eclesiología. Su apologética es la caridad hacia los pobres. En nombre de la Iglesia, abre casas e instituciones para recoger las miserias del mundo. Quiere llevar todos a Cristo y a la Iglesia, pero especialmente los pequeños, los débiles, los pobres. Piensa colmar con el amor efectivo los surcos profundos abiertos por el odio y de la lucha de clases.30
“Extiende, Iglesia del Dios viviente, tus grandes brazos, y envuelve en tu luz salvadora las gentes. ¡Iglesia verdaderamente católica, ¡Santa Madre Iglesia de Roma, ¡única verdadera Iglesia de Cristo, nacida no para dividir, sino para unificar en Cristo y dar la paz a los hombres! ¡Mil veces te bendigo y mil veces te amo!
¡Bebe en mi amor y mi vida, Madre de mi fe y de mi alma!
¡Cómo querría las lágrimas de mi sangre y de mi amor hacer un bálsamo para confortar tus dolores y de volcar sobre las heridas de mis hermanos!
Santa Iglesia Católica, Iglesia de Jesucristo: ¡luz, amor y Madre mía dulcísima! Madre Santa y Madre
de los Santos, que sola no conoces la confusión de las lenguas! ¡Madre de nuestra vida, pálpito de nuestro corazón, vida de nuestra misma vida!”.31
No es sólo sublime poesía: ¡es su vida! Es este amor profundo que lo impulsaba a multiplicar las iniciativas benéficas para llevar a Cristo y a la Iglesia los pobres y el pueblo.
Uno de sus más grandes dolores era cuando los católicos más importantes se alzaban a criticar la Iglesia, o se alejaban para correr detrás de las fantasías de sus pensamientos, o sus vidas llevaban al escándalo o a la contrariedad.32
No es posible en estos apuntes acompañar cada afirmación con ejemplos traídos de su vida; detrás de cada afirmación hay hechos reales y no simples exaltaciones de un sentimiento.
29 Flavio Peloso, “Don Orione e la Conciliazione del 1929”, en:
Messaggi di Don Orione, 34 (2002) 107, 27-45.
30 Un Profeta, 32-33.
31 Ibíd., 57.
32 Domenico Sparpaglione, Il Beato Luigi Orione, San Paolo, Cinisello
Balsamo, 1998, 208-209; Papasogli, 142-143.