El segundo viaje tuvo también sabor a destierro Naturalmente el objeto del viaje es visitar a los suyos que trabajan en Argentina, Brasil y Uruguay, y extender el campo de acción de la Obra. Pero tiene también otra motivación: la hostilidad, la incomprensión, la calumnia.
Ante “chismes” insistentes contra su acción pastoral —que es un improvisado y desordenado, que está lleno de deudas...—, y hasta contra su integridad moral (su castidad) Don Orione decide alejarse por un tiempo largo, para que la Congregación marche sola: para que se vea si es capaz de andar sin su presencia.
Por eso en varias cartas usará la palabra “exilio”, destierro, al referirse al viaje. Ya en 1934, aún antes de embarcarse, le escribía al P. Pollarolo: “Nunca pensé que América fuera para ti un castigo o un destierro —destierro será para mi—”Desde el océano, el 5 de octubre del mismo 1934, escribe: “Perdono y amo a todos en Jesucristo, quisiera morir por Jesús y por la Iglesia y por las almas, especialmente por aquellos a causa de los cuales voy al destierro”.
Y en carta al amigo Boggiano Pico, dirá: “este mi destierro, mitad querido, más de la mitad forzado”.
Esta calumnia venía de Sicilia, de cuando Don Orione fue Vicario General de la Arquidiócesis de Mesina, por voluntad del Papa San Pío X. Entre otras insidias, “alguien” hizo poner el nombre de Don Orione
en el registro de un prostíbulo, como para desacreditarlo. Esta y otras calumnias referidas a su castidad, que habían rebotado en su Tortona
natal y lo acompañaron hasta su muerte, afectaron profundamente a Don Orione, que cuando alude a ella, dice “brutta calunnia”, “calunnia
orribile”, “terribile calunnia”, “infame calunnia”. Y tanto lo afectaron que en su testamento dispuso: “Prohíbo que mi cuerpo sea sepultado dentro de los límites de la diócesis de Tortona, hasta tanto la autoridad no emita una declaración, que pudiera eventualmente publicarse, en la que se de[1]clare de la manera más absoluta, que la torpe calumnia no tiene ningún fundamento” (Testamento fechado el 2 de febrero de 1938, en Tortona.
Otros recuerdan en la Razón
En el ocaso de su vida, don Orione bebió también del amargo cáliz de la calumnia. Lo mismo que al Padre Pío, le acusaron de pecar con mujeres. Extenuado por su frágil naturaleza, le convencieron para que visitase al médico. Él accedió, obediente hasta la sepultura. Más tarde, el galeno dictaminó la causa de su agotamiento: ¡La sífilis! Era mentira, claro. Pero hacía falta fabricar por escrito la prueba médica que zanjase el escepticismo ante la retahíla de calumnias, pues si de algo tenía fama don Orione era precisamente de santidad. Don Luigi fue confinado bajo estrecha vigilancia en una casa de religiosas en San Remo, donde falleció sin saber cómo era posible que le hubiesen contagiado una enfermedad venérea sin mantener relaciones con una sola mujer. ¿Canonizarlo tras su muerte? Ni en pintura. ¿Cómo iban a subir a los altares a un viejo verde, que para colmo había contraído la sífilis? Cuando ya nadie se acordaba de él, un barbero de Messina reclamó en su lecho de muerte la presencia de un sacerdote y de dos testigos para revelarles la cruda verdad. Resultaba que aquel hombre, ahora moribundo, había afeitado y cortado el pelo a menudo a don Luigi Orione cuando era barbero de la Obra de la Divina Providencia, trasladada a Messina tras el terremoto de 1908. Pero, habiendo aceptado el soborno de un miembro de la congregación, el peluquero accedió finalmente a hacerle una pequeña herida a don Luigi en la nuca, en apariencia involuntaria, para proceder enseguida a «desinfectarla» con un frasquito que contenía ni más ni menos que pus sifilítico. Era el alto precio de la santidad.
El complot contra un santo (larazon.es)