Don
Orione, bien consciente de la importancia de relaciones serenas y constructivas
en el interior de cada casa o institución, se expresa así: “No reconozco como
mía una casa que no se presente como una buena familia cristiana”. Ese mismo
espíritu de familia[1] que no puede subsistir sino en
presencia de una relación armónica también y sobre todo entre los operadores,
ya sean laicos o religiosos. “Un educador ( y así todo operador) no debe hablar
contra el otro: que reine siempre entre todos ellos la caridad en las obras, en
las palabras, en los afectos, y que estos sean santos y santamente fraternos”.[2] “las palabras de San Pablo nos
dicen que nos soportemos recíprocamente, que llevemos el peso uno y otro:
entonces compadézcanse mutuamente!...Sin defectos no hay nadie en este mundo!
Compadézcanse, ámense y sopórtense!!...[3]
Es
una invitación a resolver los problemas y los conflictos partiendo de la
constatación de los límites existentes en cada hombre y de la necesidad de
ponerse en relación con el otro. No es solo el estilo evangélico, sino también
un sano realismo que reclama a la conciencia de los propios límites y los
posibles errores en la gestión cotidiana del trabajo. Solo la capacidad de
trabajar en grupo ayuda a reducir las inevitables tensiones y a resolver los
problemas a través del dialogo y la compresión. Entonces, instituciones no
burocratizadas, sino verdaderas comunidades de partición y acogida, con
personas siempre en camino hacia una humanización que permita atenuar el
sufrimiento y dar por lo menos una migaja de felicidad cada vez que sea
posible.
Este
estilo actualísimo, más aún, universal, induce a aquellos que trabajan en las
obras por él queridas, a interrogarse y a evaluar para hacer siempre mejor.