Seamos apóstoles de la Caridad, de amor puro, de amor sublime y universal. Hagamos reinar la Caridad con dulzura de corazón, con compasión, ayudándonos mutuamente, tendiendo nuestras manos y caminando juntos.
Sembremos a Cristo en los surcos más humildes y necesitados de la humanidad.
Nosotros usaremos el "paso apostólico" No sólo el "paso cristiano", sino el paso apostólico, quién no sienta la fuerza de la caridad, la fuerza del fuego, de la apostolicidad, puede quedarse en casa, en su pueblo, no debe permanecer con nosotros. Quizás sea un santo trapense, pero quién se quede aquí, debe ser un especialista de la caridad"
Quién no sienta esta llamada en volcarse en el amor de Dios y del prójimo, que se vaya ¡ y tan amigos! . Pocos, pocos, Que no haya que decir : (has multiplicado , pero no la alegría) " Multiplicasti gentes et non magnificasti laetitiam" Según La Vulgata, en Is 9,2. ( Buenas Noches 12/ 1/1938, Parola VIII , 2 s.
El mismo Don Orione cuenta: "Llegué a Roma de inmediato y fui llamado a audiencia por el Santo Papa Pío X. En cuanto me vio, incluso antes de que hiciese las genuflexiones de rigor, me dijo: Prepárate; te mando a la "Patagonia", más allá de la puerta de San Juan de Letrán; todo está por hacerse; es como una tierra de misiones; no hay allí ni una iglesia. Dentro de ocho días debes abrir una capilla.
"Al salir de la audiencia pensé en ir, en compañía del gran espíritu de San Felipe Neri, a hacer las visitas a las Siete Iglesias para prepararme con oraciones y un poco de penitencia, a la obra santa que se debería desarrollar en el barrio de la Via Appia y para atraer sobre el barrio la protección del Cielo y la bendición de la gran Madre de Dios.
"Y mientras iba de iglesia en iglesia, rumiaba la 'Canción de la vanidad' - que se acostumbra cantar en la visita a las Siete Iglesias - es decir, la "meditación del alma sabia", como la llama el gran apóstol de Roma, San Felipe Neri: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Todo el mundo y lo que éste tiene,
todo es vanidad... Si existiese mil años, sin penas y sin afanes, cuando llegue la muerte, ¿qué pasará? - Todo es vanidad. Si tuvieses a tu alrededor mil siervos por la noche y durante el día, cuando llegue la muerte, ¿qué pasará? Todo es vanidad" "Terminada la visita a las Siete Iglesias, di una vuelta por el barrio de la Via Appia. Era domingo. Aquí y allá se desplegaban las hosterías, con las características enramadas del pórtico, y familias enteras comían alegremente a la sombra del
ramaje. entonces recordé que yo también tenía hambre. Compré un poco de pan con alguna cosa y me retiré junto a un árbol a comer.
|p3 "Algunos días después se alquiló un establo, una caballeriza, y regresé para abrir la capilla. ¡No tenía dinero! Al Papa no le pedí, porque el bien y la exaltación de las obras de Dios se hacen con la pobreza y la oración. No pedí dinero; sin embargo, el Papa, el Santo Papa Pío X, mostrándome el
escritorio, y sonriendo, me dijo: Eres la Divina Providencia, y luego, golpeando con los nudillos el cajón del escritorio, agregó: también aquí dentro está la Divina Providencia... Y me dio veinte mil liras. (Pío X dio más dinero después de su muerte. Su sucesor encontró, en el cajón, una suma con la inscripción: Para la iglesia de Don Orione, actual iglesia de Todos los Santos).
Con aquellas 20 mil liras, por consiguiente, se estableció, en pocos días, la primera capilla del barrio de la Via Appia... Pero como la capilla no tenía exteriormente nada que manifestara ser una capilla, habiendo sido primero un establo, ¿cómo hacer para atraer a la gente? Llené mis bolsillos de monedas y caramelos, tomé una gruesa campanilla y recorrí las calles del barrio; con una mano hacía sonar la campanilla y con la otra dejaba caer detrás de mí los caramelos y, de tanto en tanto, entre los caramelos, alguna monedita. Los muchachos, sobre todo ellos, me seguían; otros venían a mi encuentro y yo continuaba impertérrito haciendo sonar la campanilla desesperadamente y arrojando por delante y por detrás caramelos y algunas monedas que al caer también hacían ruido, llamando la atención de chicos y grandes. Cuanto más cerca estaba de la iglesita, más gente venía detrás haciendo cola. Oía a alguno que decía: Ese cura debe estar un poco loco... Al llegar al punto apropiado enfilé hacia la capilla, abierta de par en par, y me ubiqué en el altar. Pero como la muchachada se ocupaba en desenvolver los caramelos, en chuparlos y hasta en contarlos, y muchos cuchicheaban, entonces, en silencio, me puse a mover la boca sin proferir palabra, haciendo grandes gestos oratorios con las manos, alzando los ojos al cielo, alargando los brazos, como cuando predicaba a los locos de la Lungara, gesticulando sin pronunciar palabra.
"Toda esa gente, incluso los niños, al verme gesticular y creyendo que predicaba de verdad, tras un momento quedé en silencio, también porque, en el fondo, querían saber a la postre la razón de todo ese viaje por el barrio, tocando la campanilla... Así fue como pude hacerme oír... Y de pronto, en aquellas primeras semanas uní setenta parejas en tres días, y administré muchos bautismos, hasta de adultos..."