la
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
El origen de esta
fiesta se remonta a 1263 o 1264, cuando se produjo en Italia el Milagro de
Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de... que la
Hostia se transformase verdaderamente en el Cuerpo de Cristo mediante la
Consagración. Pero cuando partió la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre que
fue empapando en seguida el corporal -la pieza de tela en la que se apoya el
cáliz y la patena durante la Misa-. Esta venerada reliquia fue llevada en
procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales en
Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de
sangre.El Papa Urbano IV, movido por el prodigio, y a petición de varios
obispos, hizo que se extendiera la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia
por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre del mismo año,
fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas
indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio,
teniendo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en
la Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de
la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las
procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y
que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica. Ocurre, como
en la solemnidad de la Trinidad, que lo que se celebra todos los días tiene una
ocasión exclusiva para profundizar en lo que se hace con otros motivos. Este es
el día de la eucaristía en sí misma, ocasión para creer y adorar, pero también
para conocer mejor la riqueza de este misterio a partir de las oraciones y de
los textos bíblicos asignados en los tres ciclos de las lecturas. El Espíritu
Santo después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de la Encarnación,
haciéndonos festejar con la Iglesia al Sacramento por excelencia, que,
sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios gloria infinita, y
aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos extraordinarios de la Redención. Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al
instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos un vivo
recuerdo de la Pasión. El altar viene siendo como la prolongación del Calvario,
y la misa anuncia la muerte del Señor. Porque en efecto, allí está Jesús como
una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero
se convierte el pan en Cuerpo de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de
manera que, ofrece a su Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y
el cuerpo clavado en la Cruz. La Hostia santa se convierte en «trigo que nutre
nuestras almas». Como Cristo al ser hecho Hijo de recibió la vida eterna del
Padre, los cristianos participan de Su eterna vida uniéndose a Jesús en el
Sacramento, que es el símbolo más
sublime, real y concreto de la unidad con la Víctima del Calvario. Esta
posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por medio de la
Eucaristía, es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente
disfrutaremos en el Cielo, porque «el Pan mismo de los ángeles, que ahora
comemos bajo los sagrados velos, lo conmemoraremos después en el Cielo ya sin
velos» (Concilio de Trento). Veamos en la Santa Misa el centro de todo culto de
la Iglesia a la Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús
mismo, para que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y
así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos
perennes de su Redención.
Procesión del Corpus Christi
Las procesiones
son a modo de públicas manifestaciones de fe; y por eso la Iglesia las fomenta
y favorece hasta con indulgencias. Pero
la más solemne de todas las procesiones es la de Corpus Christi. En ella se
cantan himnos sagrados y eucarísticos de Santo Tomás de Aquino, el Doctor
Angélico y de la Eucaristía. Algunos de
los himnos utilizados tradicionalmente son:
Pange lengua;
Sacris solemniis; Verbum
supérnum; Te Deum, al terminar la procesión; y, Tantum ergo, al volver de la procesión, en torno del altar para finalizar.
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